¡Cómo me gustaba la Semana Santa allá y entonces!…
El olor a bacalao con tomate y aceite de oliva, a chocolote con leche, y a naranjas dulces y maní tostao en el aire y, en el aire y el corazón, el color dorado de las tardes a punto de caerse en el otoño, el color violeta, profundo y lúgubre, de los paños que cubrían las imágenes de los santos de las iglesias y las casas, y el sonido indescriptible de las matracas volando con pesadas alas de aldabas y madera sobre las aladrillada tibieza de las tejas de mis techos viejos. La casa se hacía más íntima y la familia más unida entonces, alrededor de la abundante y paradójica abstinencia de las comidas de Cuaresma. En la Semana Santa recuerdo más las lágrimas de la Dolorosa en la procesión de las nueve de la noche del Viernes Santo que la promesa de las rosas pascuas y los arcos de flores de la madrugada del Domingo de Resurrección. ¡Joder, cómo extraño a Dios y a mi Ángel de la Guarda en estos días!! (Chafa, 17 de marzo de 2008, en La taberna del Buda).
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario