Catamarca, tal vez años 70.

Cuatro hombres, tres guitarras, un bombo. Ropaje blanco y poncho sangre güemeña con franjas de luto.
Podría ponerle a Polo Román ropa de trabajo, un cinto de herramientas, y verlo casi al final de una escalera que se apoya en una fachada, mientras arregla conexiones en una caja de teléfonos. El tímido Ernesto Cabeza, aprendiz de escribiente, podría trabajar por unas horas a la semana en el Juzgado de 1ª Instancia e

Así puedo verlos perfectamente, si les cambio las ropas. Pero están en medio de esa tierra seca, como veleros que surcaran los

Entonces cantan:
Cantá, changuito, cantá
con todita tu alma, con toda tu voz;
que el viento cumbreño se lleve mis coplas,
que sepa tu tierra que tiene un cantor;

que se vuelva zamba toda Catamarca
en cada latido de tu corazón.
Y salen uno a uno, como os los mando por aquí. Y cuando aparece Juan Carlos Saravia ("que el viento cumbreño se lleve mis coplas, / que sepa tu tierra que tiene un cantor"), con esa sonrisa plegada bajo los ojos y esa cara de comerciante... Yo... no sé... quiero besarle la voz, un timbre que no sé definir, tal vez porque es la voz de un hombre normal, como si el de Electrodomésticos Tauste se


Una placidez ansiosa. Quiero besar. (Irene, 14 de enero de 2006,

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