___________________________________________________________ Canal CONCIERTOS Irene Fernández

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domingo, 2 de marzo de 2008

Besar la voz (IRENE)


Catamarca, tal vez años 70.

Cuatro hombres, tres guitarras, un bombo. Ropaje blanco y poncho sangre güemeña con franjas de luto.

Podría ponerle a Polo Román ropa de trabajo, un cinto de herramientas, y verlo casi al final de una escalera que se apoya en una fachada, mientras arregla conexiones en una caja de teléfonos. El tímido Ernesto Cabeza, aprendiz de escribiente, podría trabajar por unas horas a la semana en el Juzgado de 1ª Instancia e Instrucción de Guadix. Espigado, Pancho Figueroa, podría ser el maestro de un pueblo perdido en Jaén. Y Juan Carlos Saravia el patrón de un próspero establecimiento de electrodomésticos cuando empezaban a venderse por camiones los televisores a color y se instalaban antenas en los más insospechados tejados de las encaladas casas de los 37 pueblos que circundan el mío.

Así puedo verlos perfectamente, si les cambio las ropas. Pero están en medio de esa tierra seca, como veleros que surcaran los cerros. Madera de encordadas para flotar en la tierra, y velas de ropa blanca y roja para navegar.

Entonces cantan:

Cantá, changuito, cantá
con todita tu alma, con toda tu voz;
que el viento cumbreño se lleve mis coplas,
que sepa tu tierra que tiene un cantor;
que se vuelva zamba toda Catamarca
en cada latido de tu corazón.


Y salen uno a uno, como os los mando por aquí. Y cuando aparece Juan Carlos Saravia ("que el viento cumbreño se lleve mis coplas, / que sepa tu tierra que tiene un cantor"), con esa sonrisa plegada bajo los ojos y esa cara de comerciante... Yo... no sé... quiero besarle la voz, un timbre que no sé definir, tal vez porque es la voz de un hombre normal, como si el de Electrodomésticos Tauste se emponchara una zamba y de pronto así pudiera expresar --y a mí me llegara-- toda Catamarca, que tiene un cantor, y fuera capaz de estremecerme y de mostrarme un pueblo de carros destartalados, de hombres hechos de barro y tierra. Sería un hombre normal, insospechado, aparentemente nada virtuoso, con su papada de comerciante... Pero esa voz... Dios mío, esa voz... No es profunda, no es aguda, no es espectacular. ¿Qué pasa con esos hombres de timbres que no destacan y, sin embargo, cuando les sale el canto de sus caras
normales, bajo sus ojos diarios, comunes, llegan hasta los confines de mi paisaje interior? Me da el ansia de besarle la voz a Saravia. Que sepa tu tierra que tiene un cantor, pero que sepa su voz que tiene mi amor. Quizá porque en el beso podría pintarme con su timbre y hacerlo mío, apropiármelo, robarlo por un instante. Puede que lo notara tibio, si es que un sonido tiene temperatura o cualquier otra propiedad tangible. Siento un inquieto solaz. Una alegría de llanto.

Una placidez ansiosa. Quiero besar. (Irene, 14 de enero de 2006, en "La taberna del Buda").






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