Hay días felices, no sé... así de raros. A veces uno no sabe qué tiene el día, que te dan ganas --y a la vez alegría-- de irte a un bar a beberte unas miradas. Unas miradas lejanas que tú crees que se acercan, simplemente por esa invasión de alegría. Tal vez porque sabes que algunas cosas están en su sitio después de tu empeño, tu propósito y tus ganas. Y sabes que el mundo lo sabe, a juzgar por tu cara.
Es hoy, en medio de octubre, una plenitud de 15 de agosto. La plenitud de cuando la Virgen de las Trampas hace recuento en las cosechas y empareja igualas y salda deudas. Es ver los brotes de la siembra con la debilidad de su fortaleza a escasos milímetros de los apelmazados surcos; y es ver los serones con esa preñez de mañana segadora, a un lado y otro del mulo que sube desde la vega. Huele a frescor de olor verde con violeta de flor de alfalfa. Hay cosas en la vida... yo no sé...
La sensación de placer te invade. Miras atrás y casi no te lo puedes creer: tantas ganas, el dolor de cintura después de un día acompañando a cada semilla a su lugar dentro de la tierra, la incertidumbre de lo que será pasados los meses, el ansia por que brote un pequeño tallo verde transparente, y luego una hoja menor que una cerilla, insignificante... esa seguridad que da todo recién nacido, a pesar del quebradizo aspecto...
Hoy sabes, mientras caminas tu victoria con el placer del cansancio merecido, que estás donde querías; que has puesto a las puertas de tu casa el maíz al sol; que preñaste la tierra con el sudor de las pequeñas derrotas y el vigor de tu certeza; y ofreces tu parva con un contento de lágrimas, con las manos abiertas; y sabes que en sus grietas de labranza duermen otras cosechas. (Irene, 10 de octubre de 2006, en La taberna del Buda).
Es hoy, en medio de octubre, una plenitud de 15 de agosto. La plenitud de cuando la Virgen de las Trampas hace recuento en las cosechas y empareja igualas y salda deudas. Es ver los brotes de la siembra con la debilidad de su fortaleza a escasos milímetros de los apelmazados surcos; y es ver los serones con esa preñez de mañana segadora, a un lado y otro del mulo que sube desde la vega. Huele a frescor de olor verde con violeta de flor de alfalfa. Hay cosas en la vida... yo no sé...
La sensación de placer te invade. Miras atrás y casi no te lo puedes creer: tantas ganas, el dolor de cintura después de un día acompañando a cada semilla a su lugar dentro de la tierra, la incertidumbre de lo que será pasados los meses, el ansia por que brote un pequeño tallo verde transparente, y luego una hoja menor que una cerilla, insignificante... esa seguridad que da todo recién nacido, a pesar del quebradizo aspecto...
Hoy sabes, mientras caminas tu victoria con el placer del cansancio merecido, que estás donde querías; que has puesto a las puertas de tu casa el maíz al sol; que preñaste la tierra con el sudor de las pequeñas derrotas y el vigor de tu certeza; y ofreces tu parva con un contento de lágrimas, con las manos abiertas; y sabes que en sus grietas de labranza duermen otras cosechas. (Irene, 10 de octubre de 2006, en La taberna del Buda).
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