___________________________________________________________ Canal CONCIERTOS Irene Fernández

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Desde el satélite, ahora mismo:

lunes, 11 de agosto de 2008

El mártir del Gólgota (CHAFA)


¡El mundo es un pañuelo, digo yo! Más o menos a mediados del siglo pasado, cuando primos, hermanos, amigos, padres, tíos y sobrinos veraneábamos en la hacienda, a la oración, después de cenar y a la luz de la Coleman, mi tía Alicia nos leía el Mártir del Gólgota de Pérez Escrich en voz alta y dramática. Las chicas balaban a lágrima viva y moco fluyente mientras nosotros, los changos, hacíamos lo imposible por contener las lágrimas o nos dábamos de codazos o coscorrones pa' disimularlas. En esas veladas familiares, ahora mágicas y añoradas, también se leía El Quijote y el Martín Fierro además de las anodinas novelitas de Hugo Wast, Alegre, Pata de zorra, Mi novia de vacaciones, Flor de durazno, El camino de las llamas… y las igualmente lacrimógenas Corazón de Edmundo de Amicis, Genoveva de Brabante del Canónigo Schmidt y María de Jorge Isaacs. Era de rigor, si uno mencionaba María o hablaba de María, decir María-de-Jorge-Isaacs. No sé por qué pero era de rigor decir María-de-Jorge-Isaacs. A lo mejor era pa' no confundirla con María la colchonera, o María la zarca, qué sé yo. La hacienda se llamaba La Banda porque estaba en la otra banda del río y,.a proposito, aprovecho la oportunidad para endilgarles un poema de los tiempos que evoco. Su autor es mi hermano Carlos Ramiro:

Hilandera de nostalgias,
en rueca de ignoto olvido
hilaba penas Doña Damiana.
Sus manos eran sarmientos
de antiguas vides lejanas
con trémulos movimientos
y los recuerdos más puros
acariciaban la lana, de la Casona
y La Banda.
¡Qué luminosas mañanas!
¡Qué tardes llenas de Luz!
Los duendes en los tejados.
En los nogales Chicharras,
panales de agreste miel
en las altas lechiguanas.
Por la acequia rumorosa
se llevó el tiempo mi infancia.

Carlos Ramiro Ruiz Ávila


Bézoz y líbroz a tódoz






(Chafallo, 11 de mayo de 2007).


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Cantábamos (CHAFA)


«Cantábamos duetos de amor de Puccini, boleros de Agustín Lara, tangos de Gardel, y comprobábamos una vez más que quienes no cantan no pueden imaginar siquiera lo que es la felicidad de cantar»
(GGM: Memoria de mis putas tristes)

Al leer lo que cito arriba se me ocurrió pensar (otra vez) que ésta, donde vivo, es una sociedad que no canta. Tiene una relación con cantar más o menos parecida a la relación que tiene con el pan: algo antiséptica, bastante prefabricada y muy industrial... Las dos cosas, el cantar y el pan, allá donde yo crecí y donde tengo vivos a algunos de mis parientes y amistades y donde tengo enterrados a muchos de mis muertos, el pan y el cantar eran trascendentes, únicos, ubicuos, democráticos y necesarios. Aquí no; los dos son mayormente comerciales, algo que se compra y se consume, bien empaquetado en plástico, poco espontáneo y, me temo, alejado de las manos del hombre. Claro que hay música aquí, y está por todas partes: la tienen en los autos, en la tele, en las radios, en los teléfonos, en los oídos en fin… pero me temo que no está en el corazón y la boca de la gente como lo estaba la música y el pan en los de la mía.

Allá y entonces, cantar no era sólo cosa de cantar duetos de Puccini, boleros de Agustín Lara y tangos de Gardel, sino también pasodobles españoles, zarzuelas clásicas, zambas profundas, mambos superficiales… Cantar era una presencia diaria, generalmente necesaria como el aire, y casi siempre agradable. Allá se cantaba hiñendo la masa, planchando o bordando pañuelitos o manteles, regando las plantas, dando alpiste a los canarios, como si el canto fuera (a lo mejor era) un ingrediente imprescindible en las empanadas o el pan, un color o jaspe necesario de los hilos en el bordado o el encaje doble, una frescura en el agüita pa las plantas, un trino más para los canarios. Allá todo el mundo cantaba o tarareaba algo. Hasta mi hermano, que dejó de cantar al terminar el bachillerato para hacerse médico sentencioso y taciturno, cantaba. Mi vecina, la Yolita, cantaba pasodobles con un clavel en la oreja y una toalla en la cabeza en su voz limpia y luminosa que, como el sol mañanero, llegaba por los tejados y se descolgaba por las “tripas de fraile” y las glicinas hasta el patio de mi casa. Los carpinteros cantaban («¡carpintero de mi tierra….!»); los sastres cantaban; los zapateros, a pesar de sostener los clavitos entre los labios, se las arreglaban para tararear al rimo de su martillos. Y en las acequias, en las callecitas, en las quintas y los tapiales, pájaros, grillos, ranas, chicharras y estudiantes, sastres y soldados, cocineritas, costurerillas, panaderas y otras hierbas aromáticas colgábamos coplas, tonadas y canciones en los árboles, en las rejas de las ventanas y en los balcones, como las golondrinas de Bécquer. A pierna batiente y a mandíbula suelta (como decía mi amigo Óscar Alandio) y de la noche a la mañana.

Aquí, sólo en el Sur semi africano profundo y rural, los negros cantan a toda hora sus abundantes tristezas y alegrías (ergo the blues, the spirituals y otras linduras). Yo estuve en el Sur rural pero no muy profundo que es Arkansas, en medio de una población mayormente de origen escocés y de creencia presbiteriana. No muchos negros por ahí y pocos cantos. No sé dónde ni cuándo se perdió –si alguna vez la hubo en este caso-- la relación humana con el pan y el canto aquí. Esa relación con la que crecieron muchos de los que me leen y yo. A lo mejor sería en los severos sermones de los peregrinos puritanos y en esos viajes trasatlánticos en busca de austeridad y abstinencia. A lo mejor estos comedores de nabos y ocas, europeos del norte severos y devotos, nunca tuvieron la mediterránea espontaneidad, ni la necesidad y la gracia de cantar por amor al canto. Sus melodías se vistieron de salmos e himnos religiosos, y se encerraron en sus limpias iglesias de blanca y severa geometría. No sé, pero aquí a pesar del rock and roll y la licencia, a pesar del “pop” y la MTV, a pesar del culto al sexo y a la juventud, la gente en las calles y en sus faenas se vuelve silenciosa de canto, callada de silbido. Es la costumbre, la regla social implícita, quizás en razón a la inveterada y subyacente ética protestante y austera del Norte de Europa, controlada y exacta como una xilografía de El Durero o una pintura de van Eyck. Qué sé yo.

Bueh... ahora, aquí día de elecciones para el Congreso, me voy silbando a votar contra los republicanos. Y no es que los demócratas sean mejores: del mal el menos, como decía don Tiburcio, que, cantando junto a su torno, daba luz y vida a los perfumados trompos zumbadores y silbadores de mis pagos.

Bézoz y melodías.


(Chafallo, 7 de noviembre de 2006).

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La matria (CHAFA)


Durante estos últimos días y por aquí, reiteradas veces he leído amonestaciones, exhortos, recriminaciones, explicaciones, justificaciones y toda suerte de intercambios e insinuaciones acerca de qué es lo propio o aceptable en esta lista cuando se trata de contribuciones o aportes positivos hacia la redención o la mejoría de la patria. Lo que suscitó esta 'hebra' fue la filípica del español Alberto recirculada por Caracol y reiterada y secundada por E. Peñaranda que, en suma, dice: En vez de escribir frivolidades, payadas y boberías, que son más autosatisfacciones y masturbaciones seudo intelectuales que contribuciones relevantes, deberían preocuparse por la patria y usar este medio electrónico para edificar el porvenir de Bolivia; especial, pero no exclusivamente, esos bolivianos que están afuera y que tienen los medios, la perspectiva, etcétera, etcétera.

En cuanto a lo que escribimos aquí, no puedo contradecir ni refutar a los amonestadores, tienen razón: escribimos trivialidades y, en general, hablamos de lo que nos interesa, algunos con obsesivo egoísmo además de reiterada liviandad y cursilería; mea (nostra) culpa. En cuanto a hacer algo por la patria, tampoco lo contradigo en su irrefutable encomiabilidad, pero aquí tengo una --quizá vidriosa y controversial-- pregunta:

Quisiera que alguien me explique qué es la patria que tanto aman y proclaman y por qué la aman tanto; digo, la patria que aman: ¿es ésa que vemos en el mapa?, ¿es el pueblito o la ciudad donde nacimos?, ¿es el lugar donde tenemos nuestros muertos, la familia y el café con leche?, ¿es la escuela donde aprendimos a leer y escribir, a añorar el mar remoto y usurpado, y donde enhoras cív icas cantamos el himno nacional e izamos la bandera?, ¿es esa geografía de montañas y ríos donde saboreamos el primer beso de la noviecita pura y el último de la vieja adorada?, ¿es éso y un poco más? Estas son preguntas honestas de alguien que ya no está "afuera" porque un día, de golpe y sin pedirlo, se le acabó el "adentro" que preocupa y reclama a tantos otros que leen y escriben en esta u otras listas. Y sé que estas preguntas son de esas que tienden a hurgar lo mas recóndito de los sentimientos y que frecuentemente se consideran ofensivas o, en el mejor de los casos, desleales e irreverentes, pero les aseguro que ésa no es mi intención. A mí me atañe esta cuestión porque yo encuentro el patriotismo generalmente sospechoso pero principalmente porque yo he vivido aquí la mayor parte de mi vida y, como la veo, probablemente muera aquí. ¿Es esta mi patria? Me refiero a estos Estados Unidos, no a la abstracción politica geográfica, sino a este país, a la realidad diaria hecha de historia y de imigrantes, de huesos y quebrantos, de alegrías y enfermedades, de estudiantes, granjeros, bibliotecas, policías, peluqueras, bares, médicos, bodas, divorcios, profesores, hospitales, compañeras, amigos, abortos y bautizos, eventos, gente e instituciones que, las más de las veces, me han brindado cariño, amistad, ayuda, tolerancia y respeto, con su buena dosis de amarguras, frustraciones y añoranzas. En treinta años (más de los que algunos de ustedes han estado en este valle de lágrimas) uno construye una telaraña de nostalgias, lealtades, decepciones y esperanzas, y me pregunto --y les pregunto-- si alegrarse de ver la roja proa de un granero flotando en un verde chacral de Iowa, o sonreír recordando la sonrisa de una calabaza en el anaranjado "Halloween" de octubre, o defender con certeza y dedicación el derecho de quemar esta bandera de estrellas y de franjas (y al mismo tiempo tener la certeza de que uno nunca la quemaría), es parte de lo que forma la patria.

Creo que esta pregunta no es ociosa ni capciosa; no es como preguntar por qué quieres a tu madre (la patria, dicen, es una torcida y manipulada metáfora de la madre) porque la madre es un ser humano extraordinario por la sola virtud de ser madre y porque te ha dado la vida y --en la gran mayoría de los casos-- daría la vida por vos; eso lo comprendo. La madre es una persona tangible, material, sonriente en nuestras alegrías y tierna en nuestras amarguras y un millón de otras cosas más que están mejor descritas y justamente elogiadas en un montón de versos, escritos y canciones al estilo de "Hay una mujer", una especie de plegaria --escrita por no sé qué obispo-- que recuerdo enmarcada y colgada en la ala solariega, bajo unr etrato de mi abuela. ¿Pero la patria? Digo, ¿no es una abstracción? ¿Dónde empieza la patria y dónde termina? Alguien, sin enfangarme en improperios, ¿me podría decir qué es la patria y por qué debo, si es necesario, matar y morir por ella?

Por ejemplo, el señor Alberto, español, bien intencionado y honesto, sugiere regular este irregulable foro y exhorta a los bolivianos y contribuyentes a esta lista a dedicarse a resolver los serios problemas sociales de Bolivia y dejar de escribir nonadas acerca del buen gusto o tonterías acerca del fútbol; ¿no debería él, más bien, preocuparse por los gitanos de Andalucía, los obreros del País Vasco, los cabreros de La Mancha o los labradores de Extremadura, y deplorar la pobreza de España antes que preocuparse de la pobre gente de Bolivia? Decir esto no es echar mano al refrancillo de "la paja en el ojo ajeno" o decir "no te metas si no eres boliviano" (encuentro esta aserción generalmente ignorante y estúpida en su ciego provincialismo); al contrario, admiro, abrazo y celebro el altruismo de don Alberto; bienvenido sea. Pero éste es un ejemplo que me hace pensar que las preocupaciones y el patriotismo de una persona no dependen necesariamente del lugar donde esa persona nace, es decir "su patria" en el sentido tradicional de este concepto. Ahora, viendo la otra cara de la moneda y a riesgo de trivializar --"¡cuándo no!", dirán muchos que me leen-- mi argumento, les recuerdo que a veces, por abarcar mucho, se deja afuera lo que se quiere incluir. Pongo por caso el nombre de esta lista. "Llajta" no es un nombre que, hablando estrictamente, incluye a toda Bolivia; a menos que las cosas hayan cambiado en los ultimos treinta años, conjeturo que, para los bolivianos del Beni, Pando, Santa Cruz y Tarija, la palabra "llajta" --aunque no sea ofensiva ni ininteligible-- carece del generoso y cálido sentido que le encuentra un boliviano que viene de la región donde se habla quechua y donde "llajta" y "masi" tienen implicaciones telúricas, solidarias y tradicionales. No quiero decir con esto que el nombre debería cambiarse o que fomenta el regionalismo, ni mucho menos que presenta un serio problema para la integridad nacional de Bolivia. Lo traigo al caso sólo como un ejemplo de este concepto de patria que me parece fluido, subjetivo y, a veces, un poco peligroso; algo similar a las creencias religiosas: tendrán algo o mucho de bueno pero, como sabemos, en su nombre y bajo su manto se han perpetrado increíbles barrabasadas. Y a pesar de todo eso, y a pesar de abstracciones, trivialidades y payadas yo, que vivo en este país y quiero a estos mis Estados Unidos e imperfectos yo, mal romántico y peor palabreador, también siento que es, y quisiera que mi patria fuera mi America latina "de norte a sur y de mar a mar"; y no sólo la América de Bolívar y de San Martín, de Juárez y de Martí, sino también mi verde Brasil y mi Haití negro, mi América Central bananera y volcánica, las Antillas del ron y de Puerto Rico y el "largo lagarto verde con ojos de piedra y agua" que es la Cuba de Guillén y la quiero mía. Por eso, cuando leo exhortaciones y reproches, respuestas y explicaciones acerca de la patria, me pregunto, no si valen la pena --porque sí tienen mérito en su generosidad y altruísmo--, pero me pregunto dónde empieza la patria y dónde termina la canción con todos. Eso me pregunto yo, un negro trivial y payador que es latinoamericano en el alma pero que, con toda el alma, quisiera ser un negro mundial, ciudadano sin fronteras de todos los países en vías de desarrollo.

Bézoz a todoz.

(Chafallo, publicado en Pachamatria, el viernes, 24 de julio de 1998).

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