Estoy convencido de que en mi departamento hay algo, un lugar quizás, a lo mejor una zona como el Triángulo de las Bermudas, que se traga mis cosas para siempre. El asunto empezó inofensivamente el febrero pasado; en esa ocasión, les recuerdo, deploré públicamente en esta lista la pérdida de un martillo:
«... el otro día, cuando decidí mudar un lindo mapa de América del Sur desde donde colgaba sobre unos de mis anaqueles, a la pared vecina a mi mesita de ajedrez, ¡ahijuna grandísima!, no pude encontrar mi martillo por ninguna parte. Es cosa de Mandinga, por seguro, porque no hacía días que lo había usado pa' colgar unas pailas y ollas de cobre del techo de mi cocina, y el martillo no tenía ningún motivo o razón para hacerse perdiz. Por otra parte, mis cuarteles de invierno no son tan extensos como para que se pierda algo en aposentos, bodegas o galerías; bueno, quizá lo sean para estándares de vivienda soviéticos o hongkonguenses pero, en realidad, son más bien pequeños y modestos...».
El martillo de marras se perdió para siempre, yo continué con mi vida diaria, y el mundo sigue andando pero, a pesar de que Boca salió campeón de campeones (¡grande, Boca!), el changuito Elián está donde y con quienes debe estar, y mañana, en la casa de mis compadres santafecinos Juan y Nora Marcos hay un asao bárbaro festejando la fundación de Tarija, la independencia de Estados Unidos, la independencia de las Provincias Unidas del Río de La Plata (9 de julio) y el vigésimo séptimo aniversario de mi segundo trasplante renal, las cosas no son lo que parecen ser pues, aunque el poeta* proclame que
the lark's on the wing;
the snail's on the thorn;
God’s in his heaven—
all’s right with the world!
no «all's is right in the world»; no todo está bien en el mundo, ni hay armonía en mi universo porque, hace cuatro días o algo así, eché de menos una corbata de pajarita marrón a pintitas blancas que quería ponerme pa’ ir a la misa del domingo; la busqué por todas partes, ¡y naranjas!... de modo que me quedé más intrigao que curioso, y me fui a la misa con una corbata regular y colgante. El domingo, después de la misa y al volver del periódico y el café con leche (bueno, algo por el estilo) en la librería acostumbrada, la cosa se puso color de hormiga y la intriga se hizo desazón pues, ya en casa, cuando fui a consultar mi Enciclopaedia Britannica para verificar un detalle de la vida de Clodia, la amante de Catulo dizque y, de paso, consultar un dato acerca de los orígenes de la riña de gallos («cockfighting»), ¡no encontré el volumen IV! Los números se me saltean del «III: Bolivia to Cervantes» al «V: Conifer to Ear Diseases»; nada de Clodias ni de cockfights y nada de sabe Dios qué es lo demás que contiene —entre Cervantes y coníferas— el desaparecido volumen. Lo busqué, primero con los ojos, revisando los números de los volúmenes y, después, repetí la operación, rozando levemente los lomos con el índice de la mano derecha y... ay... ¡cuitado de mí!... No solo no encontré el volumen IV sino que, con la boca seca y las manos húmedas, comprobé que también me faltaba el volumen XIII, que contiene información clasificada entre «New Jersey» (que es donde termina el XII) y «Peking» (donde comienza el XIV),
El martillo de marras se perdió para siempre, yo continué con mi vida diaria, y el mundo sigue andando pero, a pesar de que Boca salió campeón de campeones (¡grande, Boca!), el changuito Elián está donde y con quienes debe estar, y mañana, en la casa de mis compadres santafecinos Juan y Nora Marcos hay un asao bárbaro festejando la fundación de Tarija, la independencia de Estados Unidos, la independencia de las Provincias Unidas del Río de La Plata (9 de julio) y el vigésimo séptimo aniversario de mi segundo trasplante renal, las cosas no son lo que parecen ser pues, aunque el poeta* proclame que
the lark's on the wing;
the snail's on the thorn;
God’s in his heaven—
all’s right with the world!
no «all's is right in the world»; no todo está bien en el mundo, ni hay armonía en mi universo porque, hace cuatro días o algo así, eché de menos una corbata de pajarita marrón a pintitas blancas que quería ponerme pa’ ir a la misa del domingo; la busqué por todas partes, ¡y naranjas!... de modo que me quedé más intrigao que curioso, y me fui a la misa con una corbata regular y colgante. El domingo, después de la misa y al volver del periódico y el café con leche (bueno, algo por el estilo) en la librería acostumbrada, la cosa se puso color de hormiga y la intriga se hizo desazón pues, ya en casa, cuando fui a consultar mi Enciclopaedia Britannica para verificar un detalle de la vida de Clodia, la amante de Catulo dizque y, de paso, consultar un dato acerca de los orígenes de la riña de gallos («cockfighting»), ¡no encontré el volumen IV! Los números se me saltean del «III: Bolivia to Cervantes» al «V: Conifer to Ear Diseases»; nada de Clodias ni de cockfights y nada de sabe Dios qué es lo demás que contiene —entre Cervantes y coníferas— el desaparecido volumen. Lo busqué, primero con los ojos, revisando los números de los volúmenes y, después, repetí la operación, rozando levemente los lomos con el índice de la mano derecha y... ay... ¡cuitado de mí!... No solo no encontré el volumen IV sino que, con la boca seca y las manos húmedas, comprobé que también me faltaba el volumen XIII, que contiene información clasificada entre «New Jersey» (que es donde termina el XII) y «Peking» (donde comienza el XIV),
¡fijate vos! Ahora, si algunos de ustedes, lectores perspicaces y agudos huelen por aquí —con esto de tomos de enciclopedias perdidos, lugares misteriosos y demás cosas— un hálito Borgiano, es porque sí lo tiene y, no solo eso, pues «conjeturo» (como diría el Maestro) que en este mi viejo departamento hay, repito, una especie de Triangulo de las Bermudas o de hoyo negro; un abismo infinito, un vórtice irretornable donde mis posesiones caen y desaparecen para siempre jamás. Ahora, con temor, sospecho que este lugar donde se pierden mis cosas es completamente contrario —y a pesar de eso relacionado— al que se encontraba en el sótano de la casa de Carlos Argentino Daneri en la calle Garay en Buenos Aires, y al que Borges llama el Aleph; ese lugar que es «una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor», es «el lugar donde están, sin confundirse y al mismo tiempo, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos». Y aquí me encuentro yo, a principios del año fiscal 2000, a seis meses del verdadero siglo XXI, y al borde, quizá, de un hoyo negro o de un ano (sin tilde) súper cósmico y requete contra-Aleph que, si usamos la última letra del alfabeto hebreo, vendría a llamarse un Taw. O un Omega, al Alpha de los griegos. Pero como el optimismo a menudo se confunde con la burrera, yo, optimista, les quería encomendar que si alguno de ustedes en sus andanzas en «ventas de garaje», en sus rondas por librerías de viejo, o en una de sus urgencias cleptómanas en la casa de un amigo se encuentra con los volúmenes citados, me los agencie y me los haga llegar con premura. Quizá yo pueda completar mi ahora truncada enciclopedia otra vez (de la corbata no me preocupo mucho; tengo más), antes de que el Taw, después de devorar todos mis bienes que son pocos, me morfe a mí también y para siempre. Si ocurre esto, dejaré de escribir estas noticias para jolgorio de unos pocos que se inquietan con mis notas, y para la justificada indiferencia de los más, que me leen y me toleran.Feliz 4 de julio y bendito sea el Capitán don Luis de Fuentes y Vargas.
Como agua de manantial
Como agua de manantial
P.D. Lo del martillo, la corbata, y los volúmenes de la Británica es absolutamente cierto; la pura verdad. Intrigante, ¿ja?
*Robert Browning, 1812-1889
(El Chafa, año 2000)