___________________________________________________________ Canal CONCIERTOS Irene Fernández

Próximo concierto en vivo "online": Sábado, 31 de mayo de 2014, desde la Almazara de Paulenca (Guadix), 22:00 h (hora peninsular) __________________________________________________________
Watch live streaming video from irenefernandez at livestream.com

Desde el satélite, ahora mismo:

Mostrando entradas con la etiqueta Tarija. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Tarija. Mostrar todas las entradas

jueves, 1 de marzo de 2012

Donde quisiera estar (CHAFA)

Donde quisiera estar si no estuviera donde estoy

(Deudor soy, por el título de estas añoranzas a: Lo que me gustaría ser a mí si no fuera lo que soy, de César Bruto, citado en el prólogo de Rayuela del hermano y Cronopio Mayor Julio Cortázar).

Si no estuviera donde estoy, yo...

Quisiera estar en una umbrosa y fragante quinta de una íntima esquina de ceibos y Santa Ritas del barrio de «El Molino» cuando la fragancia de los jazmines se entrevera con el aroma del asao y las ilusiones y desilusiones vuelan desde el culo de la taba hasta las caderas de las guitarras.


Quisiera estar en la sala de mi casa solariega y asoleada, llena de ventanas, desde donde dos amigos y yo atisbamos a la Cuquila, la Anita y la Charo que balconean, sonríen y se ruborizan en los balcones y entre los alfeizares y las palomas de la casa vecina porque saben que nosotros las estamos atisbando y pensamos invitarlas a la fiesta de año nuevo.

Quisiera estar entre las macetas del patio anochecido de mi tío Luis Echazú con mis compadres Antón, Robertito Echazú, Oscar Alandia, los Édgares Ávila, Los Cantores del Valle, la Maritza, la Emita, y la María Angélica, que con su voz de durazno y su presencia de luciérnaga, me persuade a tomar menos vino y me instiga a comer más humintas.

Quisiera, en una de esas tardes de diciembre y arco iris, estar sentao en un banco de la plaza donde el sol se demora un poquito más y se sienta a descansar antes de despedirse del día e irse a acostar tras del Chijmuri entre sus recién lavadas sábanas de nubes blancas.

Quisiera, camino al mercado de mañanita a comprar pan, tropezarme con la adoración chapaca de un Niño Dios callejero, que me deje el aroma de sus nardos y el eco de su bombo en el corazón.

Quisiera estar metiu hasta el gaznate y el alma en el agua elemental de mi río, sangre y semen de mi valle, cuando hinchau y macho, pasa por el pueblo trayendo y llevando las lluvias de diciembre, las raicillas de La Vitoria, las amancayas de Erquis, las quirusillas de Sella, las tonadas de año nuevo, las lágrimas de mil sauces llorones y el bendito y fecundo barro de mi tierra.

Quisiera estar, la mañana de año nuevo, badulaqueando por el barrio de «San Roque» buscando amor que no tenga dueño, y parar en lo de doña Felipa Trujillo a comer un ají de patas y a tomar una pata ‘e cabra pa’ mantener a raya al chaqui y dar pábulo a la conjetura, los chismes y la censura de las respetables madres de nuestras amigas y novias.

Quisiera estar en la villa de San Lorenzo, una
mañana de Pascua Florida, enredao en coplas y trenzas, mientras con esfuerzo y entereza me tomo otro vaso de vino y, pa’ mis adentros, me digo: «a estas alturas, ¿qué le hace una raya más al tigre?»,
sabiendo que lo voy a lamentar para siempre entre la sed, el calor, y el increíble dolor de cabeza del chaqui vengativo a eso de las diez de la mañana. Quisiera, al pasar por una de esas peluquerías de mi pueblo, abiertas a la calle, a la mañana y a la vida, escuchar desde la radio al maestro Falú cantando:

Algarrobo, algarrobal
cuando florecen tus ramas
me dan ganas de llorar
Me dan ganas de llorar
seña que viene llegando
el tiempo del carnaval...




E irme a almorzar a mi casa presintiendo en el aire y en la lengua la chapaca picardía de la quilquina y la diablura de los ulupicas.
Eso quisiera, pero es al cuete y me quedo pensando que otra vez florecerán las ramas de los algarrobos en Tarija, mientras cae la nieve en Iowa City…

Bézoz a tódoz

Chafallo
(19 de mayo de 2011)

Muchas de las fotos son de Sergio Javier Ruiz Ballivián.
.

lunes, 20 de febrero de 2012

Mi plaza (CHAFA)

Zoco se llama en Toledo, o zocodover. En la ciudad de México le dicen el zócalo. Viene el árabe «suq», que quiere decir mercado. En Toledo, el zoco es un mercado, en México D.F. el zócalo es la plaza de armas. Los árabes, que tenían fuentes y patios bellos, como todo el que ha tenido la dicha de visitar la Alhambra lo sabe, no sé si tenían plazas. Tenían bazares y mercados y allí, además de comprar, vender y regatear, se iba a conversar.

En la villa de mi valle se iba al mercado a comprar recao, a comer saice, a tomar raspadillos y, por supuesto, a conversar. Las mochas de casa grande (¿quedarán algunas?) con la cara bien lavada y con los delantales limpios, conversaban en el mercado, de mañanita y agarradas del dedo meñique. Nosotros al mercado también lo llamábamos recova que viene del árabe «rakuba» (de donde también viene «recua»).

La plaza, me im
agino, es una invención universal como el pan y, como el pan, tiene diferentes sabores y funciones en diferentes partes el mundo. Los griegos, que siempre andaban callejeando, y a menudo conversando, se juntaban en el ágora que era la plaza pública. Los romanos tenían el foro y ellos fueron los que nos dieron el nombre de plaza («plattea»: calle ancha). Los españoles, que heredaron de los romanos y de los moros buenas y malas costumbres, nos trajeron la plaza como la conocemos hoy en muchas villas de nuestra América. Sería que primero la plaza fue un lugar para aposentar a la soldadesca y plantar la bandera y se llamaba la plaza de armas (aún se llama así en muchos lugares), pero después la plaza se hizo el centro y el alma de las villas y, alrededor de ella, se edificaron las catedrales, las audiencias y las casas solariegas.


Mi infancia y mi juventud están inextricablemente ligadas a mi plaza. Por muchos años la plaza Luis de Fuentes y Vargas fue la primera cosa que veía al despertar y la última antes de dormirme.

Era como mi patio, pues la casa solariega estaba en la esquina y siempre con sus puertas y sus balcones abiertos a la plaza. Pero yo no era la excepción; todos los tarijeños de entonces tenían un apego casi obsesivo a la plaza. No conozco plaza más querida, más usada, más acogedora, que la plaza de Tarija. Es que en la plaza, bajo sus palmeras y la ciega mirada de bronce de los angelitos culones de su fuente, ocurrían todas las cosas trascendentales de la vida. Uno, de chico, aprendía a dar sus primeros pasos allí. Después mayorcito, pasaba orondo y marcial en el primer desfile patrio, bien peinao y prisionero en la corbata nueva y el mandil almidonao. Más tarde, las dichas y las penas del primer amor manaban desde los ojos de una muchachita que, como la fuente, se encontraban en la plaza: allí era donde nerviosamente se musitaba la primera declaración de amor (¿todavía se «declaran» los jóvenes? ¡Ojalá que sí!). Y con suerte, después del consabido «lo voy a pensar hasta mañana», en un banco de la plaza, entre el olor de los azahares y la complicidad de las palomas, se ensayaban los primeros besos furtivos.


Era en la plaza donde dábamos el último adiós a la novia de vacaciones o donde la veíamos regresar con el olor de las lluvias y el color del verano en la piel. Allí planeábamos las serenatas y allí se desbocaba el carnaval en una algarabía de cuecas esquineras. Y también en un banco de la plaza (quizás el mismo de los primeros besos) o dando las innumerables vueltas vespertinas la ingrata, ¡amalaya!, nos decía: «es mejor que quedemos como amigos»...

Después del verano, la plaza se quedaba tranquila, callada y un poco solitaria. Era más nuestra entonces, y más íntima. Era grato, gratísimo, sentarse en uno de sus bancos a tejer nuestras ilusiones con el humo del cigarrillo compartido: era como dormir

entre sábanas limpias o el olor del pan tempranero. En las esquinas del otoño, doña Jacinta —reina entre sus canastas sapas— se instalaba a vender vasos de maní, naranjas y limas de oro y ajipas enormes y coludas, como las ratas que tenían la fortuna y el buen sentido de vivir en las palmeras de la plaza, robustas y saludables en una generosa dieta de dátiles.
En la plaza se concertaban los negocios más recónditos y las intrigas más oscuras, y se comentaban las noticias más triviales y las más trascendentes. Los entierros más solemnes y las revoluciones más remotas pasaban por la plaza. Las procesiones de rigor, la Dolorosa y su Hijo, la noche del Jueves Santo sangrantes y contritos, o radiantes y renovados bajo los arcos perfumados que los chapacos traían de la vega, la mañana del Domingo de Pascua, pasaban por la plaza. El santo patrono San Roque, flotando en un río multicolor de chunchos, bajaba desde su iglesia hasta la plaza cuando la primavera de setiembre explotaba entre los jacarandás, las camaretas y los hermosos ronquidos de las cañas chapacas. Las retretas de los jueves y domingos, y las colegialas con sus cuadernos abrazados sobre el pecho (así solían andar las colegialas), como protegiendo la promesa de su virtud, pasaban por la plaza... Y en los bancos del oriente de la plaza, los patricios tarijeños se sentaban a despedir al sol que, apacible y tibio como sus vidas, se perdía en el horizonte tras la cuesta de Sama.

Yo he visto muchas plazas en mi vida de gitano: grandes y famosas; pequeñas y triviales. Plazas polvorientas con un solo árbol desterrado y plazas llenas de robles y ensordecedores trinos. Plazas con niños y payasos, con globos y perros, con campanas y palomas. Las he buscado y visitado minuciosamente en todas partes. Ya no más. Es inútil, porque me di cuenta que andaba buscando algo que no podía encontrar.
Les andaba buscando el alma.


Bézoz a tódoz.

(El Chafa, año 2000, aprox.)

Casi todas las fotos proporcionadas por Sergio Javier Ruiz Ballivián

domingo, 9 de mayo de 2010

Una sardina (CHAFA)

Un amigo y paisano mío me mandó un libro que una tía suya le dio en Tarija para que me lo hiciera llegar. Se trata de Motivos campestres: poemas, 2da. ed. 1977, de Nivardo Aguirre Lema.

Este libro y su autor se merecen una sardina, y quiero explicar por qué:

Una vez, de chango, encontré medio olvidao en un cajón de escritorio un pequeño juego de ajedrez que mi tío, el General, había labrao de madera de guayacán muchos años antes y cuando, en vez de balas y granadas, una garuita perenne caía en las trincheras del Chaco. Mi tío, pa' hacerme olvidar la pena y la soledad de una orfandad reciente --y quizás pa' recordar sus treinta y dos momentos de sosiego en la campaña-- me enseñó a mover las piezas y a dar el triunfal jaque mate. Después de que aprendí este juego, empecé a ejercitarlo ávidamente, pero mis primos, más interesaos en los contoneos de las hermanitas Marinoni (hijas del Ingeniero Jefe de la Comisión Mixta Vial Argentino-Boliviana) que en las movidas en amartillados saltos del caballo o las oblicuas intrigas del alfil, me dejaron sin nadie con quien jugar.

Por ventura, pronto descubrí el salón de billares en el tercer piso del Club Social "Tarija", donde había tres hermosas mesas de ajedrez con tableros de vidrio y patas que terminaban en una garra de águila aferrada a una bola. Y, hablando de garras, recuerdo muchas mañanas cuando yo me subía al tercer piso del Club, despacito y taimao pa' que León (de verdad, así se llamaba), el mozo calvo y regañón que dormitaba cerca de la puerta principal del Club, no me agarrata en las suyas. Cuando alcanzaba la seguridad silenciosa del tercer piso sin incidentes, me escabullía a la soleada soledad del salón y allí, frente al tablero, me ponía a analizar partidas o a imaginar estrategias y movidas.

Una de esas mañanas, un profesor de Literatura del liceo de señoritas, muy aficionado a las damas (la ambigüedad es intencional) y amigo del ajedrez, subió al tercer piso a reclamar la posesión de un olvidado cuaderno, creo, y me encontró, o mejor, me sorprendió sentao frente al tablero. Después de amonestarme profesorilmente por mi clandestinidad (el Club y el salón estaban reservados para socios), me llevó y me dio entrada a la especie de club político, social y de ajedrez que funcionaba en la tienda de Juan Choque, en la Casa Dorada y en plena esquina de las calles Gral. Trigo y 15 de abril. Ya ni me acuerdo qué vendía don Juanito en esa añorada tienda; ¿serían repuestos para automóvil? No sé... la cosa es que detrás de la puerta, y en un rincón más bien amplio, había una mesita con un tablero y unas cuantas sillas desiguales donde se sentaban los ajedrecistas y los mirones. Frecuentemente había otros mirones de pie, detrás de los principales, comentando, pitando, o esperando su turno pa' ocupar una silla. Eran como siete u ocho los regulares, además de unos visitantes esporádicos que caían de vez en cuando: el anfitrión, por supuesto, era Juan Choque (de quien una tía mía juraba no comprender "cómo un hombre tan bueno y tan caballeroso como él podía ser movimientista") que, además de ajedrecista empedernido, era prominente guitarrista de "La estudiantina", conjunto de musiqueros que aparecía en público cada 21 de septiembre y que lo integraban, entre otros, don Juan de Dios Sigler en la mandolina y, creo, don Carlos de la Serna en la guitarra segunda. El profesor de Literatura aficionado a las damas y otro de Geografía con perfil de loro y el sonoro nombre de Cástulo Paz Anes, formaban el frente docente sindical. Nilo Soruco y sus hermanos Firmo y José estaban en el sector de izquierda progresista, y un señor de cejas hirsutas y de apellido Figueroa, comerciante minorista y movimientista como Juan Choque, constituía el sector oficialista y mercantil con el dueño de la tienda. El otro miembro del sanctasanctórum y, para mí, uno de los más interesantes, era don Nivardo Aguirre Lema, hidalgo tarijeño, terrateniente modesto y esforzado, espíritu independiente, y poeta de exquisita sencillez.


Los ajedrecistas que conozco tienen por costumbre repetir gestos peculiares o musitar reiteradamente ciertas frases específicas mientras aguaitan la jugada de su oponente o piensan ejecutar las suyas; los que conocí en la tienda de Juan Choque no eran la excepción y, cada quien y cada cual, usaba una muletilla, o un gesto o un tic, que lo caracterizaba y que, a veces, lo ayudaba a desconcertar a su rival: "¿Cuántos pares son tres botines?", decía uno; "Cuando el changuito es panzón, es al ñudo que lo fajen", decía otro; Nilo Soruco tamborilleaba los dedos en el tablero y tarareaba quizás el germen de las cuecas que lo iban a hacer famoso años después. O decía: "¡Ay..., alcalde, que me llevan preso!..." (este dicho tenía, además de su elemento de sonsonete, y gracias a la eficiencia de un collita de cara esquinada, de pelo rebelde y de apellido Cata que era teniente de carabineros y jefe de lo que entonces se llamaba el "Control Político", un frecuente toque de realidad para Nilo).

Por su parte, don Juanito, antes y después de cada movida, emitía una especie de graznido entre ahogado y soprano, y movía la cabeza como un gallo encandilao, mientras refregaba el dedo mayor con el índice, agitándolos rápidamente en un gesto de mosca o mariposa. Nivardo, sentao tranquilo y noble, con la pierna cruzada de manera que dejaba ver la canilla blanca entre el elástico del calcetín y el comienzo del botapié, y el humo de su "Astoria" perfumando el tablero (el olor a tabaco negro lo tengo presente en la memoria y, de vez en cuando, trato de recuperarlo en la realidad con un atao de "Galouises"), decía de rato en rato: "Ejem... ¡mire, mire, mire, amigazo!... ¡se merece una sardina...!". "Por Diosito, aparcero, ¡esa sí que se merece una sardina!". "...¡Otra vez una sardina pa uste', cumpita!...", y así, dale con la sardina.

Bueh... eso de "¡Ay..., alcalde, que me llevan preso!" o "¿cuántos pares son tres botines?" o "agarrate, Catalina, que vamos a galopiar", tenía más o menos cierta relación con las vicisitudes del juego y, según entiendo, era como decir "¡cuitado de mí!", o "¡¡amalaya!!" o "ahí te quiero ver" u otro lamento o fanfarronada similar, pero ¿"...se merece una sardina"?...

Así que una tardecita de esas, intrigado e insistente, yo le pedí a don Nivardo que me explicara esto de la sardina (yo era pendejito entonces, y aparte de jugar al ajedrez conmigo, los miembros de este venerable club no me llevaban el apunte mucho; la excepción eran Nivardo y Nilo, que siempre me hacían preguntas o, de otra manera, me hacían partícipe de la tertulia, aunque esta fuera poca, incoherente y repetitiva, siendo, como era, que todos o la mayoría andaban con las narices colgadas sobre el tablero o metidas en las tribulaciones y los triunfos de los contendientes).

Bueno, la cosa es que esa tardecita no había mucha actividad en el tablero, poca en la tienda y casi ninguna en la calle; estaba lloviznando desganadamente afuera y, adentro, el ambiente invitaba a una anécdota o a una confidencia; don Nivardo carraspeó un poco pa' aclararse el gaznate y, pa' llenárselo otra vez de alquitrán y humo espeso, encendió un "Astoria" y empezó a decir ma' o meno': "Mire, Chafallito (me trataba de uste', no por respeto, sino por afecto; yo a él, por las dos razones), como uste' sabe, yo tengo una finca en Iscayachi, y allá, el trabajo --como todo trabajo de campo-- es duro pero lindo y noble. Hay ocasiones en que yo solo no me doy abasto, y tengo que recurrir a la fuerza y la buena volunta' de los chapacos de estos lares; les pago, claro, pero la faena es difícil y ardua y, por mucha volunta' que uno le ponga, la cosa se hace cuesta arriba: hay zanjas que vacar, pircas que apilar, corrales por construir, ovejas que juntar, maarcar y curar; domar caballos, en fin, es una de nunca acabar... así que los peones a veces desfallecen y flojean un tantito, y la coquita y el pisco, aunque ayudan en ocasiones, no alcanzan ni llegan hasta donde yo quisiera que llegaran... Pero fíjese, aparcero, que un día especial de esos que nos da el Señor, yo encontré la solución pa' mis faenas (exactamente cómo y cuándo la encontró, no me lo dijo o, si me lo dijo, nomiacuerdo) y ahora los peones trabajan como sansones; tanto, que les anda escaseando tierra pa' cavar, pircas pa' apilar, caballos que domar y ovejas que trasquilar; cada cual queriendo aventajar al otro en rapidez y esfuerzo, y todo esto na' más que pa' merecer y ganarse el premio que le doy al mejor al fin de la jornada. No hay nada, le digo en oros, que lo codicien (codicién, decía don Nivo, con acento en la e, como buen chapaco) con más ganas, ni que lo tengan en más alta estima".
--¿Y qué es eso, don Nivardo? --le pregunté yo, más intrigao que nunca.
--¡¿Y qué ha de ser, cumpita --me respondió él, medio socarrón y con una sonrisa tan amplia como se lo permitía el ceniciento Astoria colgao, como cholonca, de la comisura de los labios-- si no una lata de sardinas?!

Y ahí y entonces entendí por qué, cuando don Nivardo veía peones o caballos haciendo faenas prodigiosas y labores encomiables, ¡"se merecían una sardina"! Bueno, don Nivardo, su recuerdo en mi memoria y su librito --tan lindo y fresco-- en mi escritorio ¡sí que se merecen una sardina!... así que aquí va pa' uste' ésta, que la tengo y la llevo, desde changuito, cerquita de mi corazón, y el versito que sabíamos repetir en la escuela:

En el cielo las estrellas
en el campo las espinas
y en el fondo de mi pecho
¡una lata de sardinas!...


Bézoz a todos.

P.D. El librito de don Nivardo, ahora en mis manos (gracias, cumpa Villena, ¡y gracias a doña Hilda!), es realmente una joya, así que perdónenme si me presto unos símiles de Neruda pa' describirlo: "claro como una lámpara / simple como un anillo".

(El Chafa, en algún foro hace añares).



lunes, 15 de febrero de 2010

La verdad de la milanesa (CHAFA)

La verdad de la milanesa es que uno nunca debe abandonar la esperanza y entregarse a la desidia y el adormecimiento que causa la rutina diaria o este laberinto de la soledad, esta «maquina de moler carne» que llamamos «la vida» y que --a veces-- nos hace sentir como carne 'e cogote, como ingrediente p'albóndigas o como alpargata 'e gordo.

Fijate vos cómo son las cosas: esta mañana yo estaba al borde de una de esas amargas y caliginosas lagunas, y a punto de sumirme en la ontológica zambullida de, si no la desesperación, la fiaca y el aburrimiento; 'taba pensado que tengo que ir a la peluquería donde no hay una peluquería, de modo que me espera el "beauty salon" de la parlanchina Karla; después, tengo que hacer unos papeleos que no me van a traer ningún beneficio, pero van a evitarme un desastre; luego, tengo un problema casi insoluble con una cebolla colorada y una naturaleza muerta que ando tratando de terminar y que me está quitando un montón de tiempo y dando una punta de canas y, encima, estaba pensado que es hoy es Lunes de Carnaval en Tarija... y las albahacas y las humintas, y las muchachitas que son una maravillosa síntesis de las albahacas y las humintas y qué lindo cuando llueve y ¡que lo parió! en fin, etcétera... pa' qué te cuento...

(El Chafa, en La Taberna del Buda, 8 de febrero de 2010).

domingo, 21 de diciembre de 2008

...en la capilla de la Quebrada (CHAFA)


¡AY! PARA NAVIDAD
(Villancico provinciano del noroeste argentino y de Bolivia)

Nochebuena, Nochebuena
ay, pa' la Navidad
ay, mi paloma quebradeñita...
te vendré a buscar.
Te vendré a buscar
casi al aclarar,
charangos y guitarras,
paloma, para festejar.

Ay, mi paloma quebradeñita,
te vendré a buscar.

Una estrella se ha perdido
ay, pa' la Navidad
y en la capilla de la quebrada
seguro estará.
Seguro estará
para contemplar
esta nuestra alegría
paloma,
de la Navidad.

Y en la capilla de la quebrada
seguro estará.

Capilla de Tumbayá, Jujuy:



















































TARIJA:




































Capilla colonial cerca de Iscayachi:






















Tarija; la gente festeja con trenzadas, regalos y grandes fiestas especialmente en las zonas rurales de Tarija, donde aún se mantienen algunas tradiciones arraigadas:




























Tarija, Chaguaya, Quebrada Grande:














A las doce de la noche
un gallo nos despertó
con su canto tan alegre
diciendo Cristo nació.

Ah...ah..ah... ¡viva María!
Eh...eh...eh... ¡viva San José!
Oh..oh..oh... ¡viva El que nació!

¡Albricias, albricias,
albricias nos den,
por un niño hermoso
nacido en Belén!

Niño Manuelito
qué bonito sois;
dentro tu cunita
¡grano de oro sois!

Arrurrú mi Niño,
y arrurrú mi Dios,
que todo mi anhelo
es pensar en Vos.

Ya viene la vaca
por el callejón
trayendo la leche
para el niño Dios.

Del tronco nació la rama,
de la rama nació la flor,
de la flor nació María,
de María el Redentor.
Alegría, alegría,
¡viva Jesús y María!

Señora Santa Ana,
qué dicen de vos:
¡Madre soberana
y agüela de Dios!

Los tres reyes del oriente
ya vinieron a adorar
al Señor de cielo y tierra
Sacramento del altar.

Ay huachi, huachi torito
torito del portalcito,
no me cornies con tus astas,
corniame con tus amores.


Estos --y otros que se me cayeron por las rendijas de la memoria-- eran los villancicos que sabíamos cantar y bailar en el luminoso mes de diciembre. Entonces, las tardes se ponían limpiecitas, con la carita recién lavada después de la lluvia, y el eco del bombo que subía a las últimas nubes doradas que se iban tras del sol por la cuesta de Sama, nos llamaba con su tun... tun... tun... tun, tun, tun, tun a los "Nacimientos" de barrio y casa (...)

...bajo un viejo molle, y plantado en el patio de tierra fragante, recién regada y apisonada, se levantaba el palo de trenzar con cintas de lana de colores. ¡Ay!... cómo tejíamos entonces, grandes y chicos, hermosas filigranas de color y aire bajo el sol y el cielo del verano: canastillas intrincadas; la virgencita piramidal; el arlequín de rombos, y el final --y más fácil y democrático-- "remolino", cuando todos los changuitos, desde los más chiquitos hasta los maltoncitos, tomábamos parte. Con una mano en una cinta y la otra en la cadera bailábamos y girábamos y girábamos y bailábamos al ritmo de una música ancestral y chiriguana, y dábamos vueltas y vueltas bajo el sol y las libélulas tornasoladas de diciembre mientras el palo se cubría de vida y de sonrisas hasta que quedaba vestido y engalanado con un vertiginoso poncho multicolor!...

La memoria se me aroma con el perfume de mis nardos y el corazón se me endulza con el sabor de mis mistelas. Y bajo la nieve y los pinos empiezo, una vez más, a entonar este villancico de mi Valle de uvas y de sol:

Pisa, pisa, pastorcillo,
pisa, pisa con valor;
¡tomaremos vino dulce
de la viña del Señor!


Bezos a tódoz

(El Chafa, 20 de diciembre de 2008, en La taberna del Buda)

.

lunes, 10 de marzo de 2008

Cum pane (CHAFA)


Este mensaje lo mandé un año pasado dondequiera que me encontraba entonces mandando mensajes. Desde entonces muchas cosas han pasado para mí, dos de ellas, las más relevantes de mi vida; de ésas que lo cambian a uno para siempre absoluta, profunda e irreversiblemente. La relevancia que estas líneas tenían entonces para mí también ha cambiado. Por lo que valga, las mando de nuevo. A los que las sufrieron antes, que me disculpen; a los otros gracias por su pacienia, y ¡salud!

¡¡¡...y sentir en el aire
aromas de albahaca pa'l carnaval!!!

Hoy es Jueves de Comadres y hace una semana fue el Jueves de Compadres en mi pago; por eso y porque estábamos hablando de cumpas, cumpays, compas y compañeros y porque más vale tarde que nunca, aquí va mi aporte a esto de los compadres: El compadre* (del latin con pater/patris) es un co-padre, un parentesco espiritual que surge a consecuencia de un bautismo o una confirmación: "El que faca un hijo de pila a otro o es padrino de Confirmación" (Covarrubias, Dicc. de autoridades). "Estos padres son compadres de los padres e las madres de aquellos que tuvieron cuando los confirmaron los Obispos; y por ello entre compadres, o Padrinos y ahijada es circunstancia gravissima y que muda especie, la culpa deshonesta". No sé con certeza que se quiere decir con esto de "que muda especie"; conjeturo que sería considerado como un "incesto espirtual". De modo que una forma de establecer compadrazgo o parentesco espiritual (y responsabilidad paternal hacia el ahijado o la ahijada en caso de orfandad o abandono) entre personas, es hacerlos padrinos o co-padres del bautizo o la confirmación. También (aquí sigo con Covarrubias) "llama así [compadre] en Andalucía y otras partes, la gente vulgar a sus amigos y suele ser modo de saludarle cuando se encuentran en los caminos o las posadas unos a otros". Pero Cervantes, que no era gente vulgar, lo usa: "Este libro, señor compadre, tiene autoridad por dos cosas: la una porque él por sí es muy bueno, y la otra, porque es fama que lo compuso un discreto rey de Portugal", dice el cura a Maese Nicolás; y Maese Nicolas: "No, señor compadre --replicó el barbero--; que éste que aquí tengo es el famoso 'Belianís'" (Quix. 6, I. "Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo"). Quevedo, que es más vulgar que Cervantes pero no menos ingenioso, escribe: "Hiciéronnos [unos pícaros] un gesto con la boca: y luego a mi amigo le dixeron: con voces mohínas, sisando [seseando] "seidor" [servidor] So compadre". (El buscón, 23).

En mi pago, que Dios me lo conserve gallardo y noble, hay otra forma que no produce ahijados pero que sí establece o confirma un alto grado de amistad. Es el jueves de compadres, que es el antepenúltimo jueves de las Carnestolendas y que parece que nos viene a nosotros, a través de las Españas, desde la Roma pagana donde había un Dies Iovis Bacchanalis quo symbola conferunt bellounes, o sea --liberalmente traducido-- el día de Júpiter (o jueves) de bacanales donde se juntan los monstruos (¿el vulgo?) a cambiar regalos y lisonjas. Y el jueves antes del carnaval es el jueves de comadres donde se retribuye con otro regalo lo que los elegidos candidatos del compadrazgo recibieron el dies Iovis bachannalis: tortas, albahacas, serpentinas, dulces. (Si una moza te elige el antepenúltimo jueves, tenés que retribuirle la torta o la prenda el jueves antecitos del carnaval o sease hoy día).

*Compañero no viene de compadre sino de compañía, vía "cum pane" que es compartir el pan. Siempre he pensado, y así lo he dicho en algunas oportunidades, que la palabra castellana "compañero" o "compañera" es hermosísima y no tiene igual. Además de su maravillosa etimología de comunión, de suyo poética y abrazadora, la palabra, generosamente, se extiende desde mi hermosa Cuba galante y asediada, hasta las telas de mi corazón; la usamos en nuestro idioma para expresar camaradería, ternura, amistad, y un destino o una cama o una pena o una dicha compartidos; qué lindo es decir "mire, ésta es mi compañera". Vale decir: ésta es mi mujer, mi patrona, mi señora, mi amiga, mi niña, mi dulcinea, mi hermana, mi comadre, mi amante, mi maestra, mi alumna, ¡y que sé yo que más! No es lo mismo companion en inglés, o copain en francés, o compagno en italiano, aunque vienen de la misma fuente.

De modo que si no tienen la dicha de tenerla (o tenerlo) a su lado sigan repitiéndose:

No tengo consuelo
cuando me desvelo
sin acariciar tu piel:
Volverás un día
compañera mía
¡sangre de mi corazón!

Tenquirme ahora porque no sólo de pan compartido vive el hombre.

(El Chafa, febrero de 2004)