lunes, 10 de marzo de 2008
La diferencia (IRENE)
Desde que empecé a apreciar el folclore argentino, estoy buscando su similitud con mi flamenco andaluz. Ahora que ando más metida que nunca en el asunto y que lo veo desde más cerca, miro con otras herramientas.
Siempre he dicho que el folclore argentino y el sentir andaluz son hermanos, que debe de haber un nexo de unión, un vértice donde ambos empiecen y acaben. Pensaba en las metáforas, en las maneras de expresión, en que ambos son cante del pueblo, engendrados en él, y que en él y en la tierra se han hecho prósperos.
Hasta hoy no he encontrado la similitud, el nombre de aquello en que se parecen.
Pero hoy he encontrado la diferencia. Seguro que la encontré hace años, el mismo día que supe que ambas maneras de expresarse van de la mano. Hace años, decía, pero hoy he encontrado las palabras para decirlo. Yo creo que ambos, folclore argentino y flamenco (letras, sentimiento andaluz...) recorren el mismo camino pero en sentido diferente. Ambos son la visión completa que uno tiene cuando se desplaza a un lugar y vuelve. Si alguna vez tenéis la oportunidad de viajar en sentido contrario al de la marcha (yo le he hecho viajando atrás en 4x4), veréis cómo el paisaje que se os presenta es el del camino de vuelta, y no el de ida que lleváis. A mí siempre me resulta extraño viajar así, extraño pero agradable comprobar lo dicho: ver el camino que ves cuando vuelves.
El folclore argentino y el sentir andaluz tienen esa diferencia: ambos están en la misma carretera pero uno va en un sentido y otro en el contrario. Ambos recorren el mismo paisaje pero el orden de los elementos está al revés: donde uno ve un árbol a la entrada de un pueblo, el otro lo está viendo a la salida.
El flamenco recorre el camino desde dentro. Por eso hay sangre y rigor y hondura. Por eso es oscuro (por dentro somos oscuros, ¿no?). El sentir andaluz estalla porque sale. Lleva el aliento en el quejío, el sabor del azufre del desamor y el almíbar de los besos del amante. El cantaor canta miradas, canta heridas, canta gestos, y caracoles canta si ve a su novia cruzar la calle. Toma el aire de su sangre, nos muestra su paisaje y nos pierde en palabras, en música, en sentimiento.
El folclore argentino se clava porque entra. Argentina canta desde afuera, y por eso está el viento en sus letras, y hay rigor y ceibos, inundaciones y el Paraná, y jacarandás y aromos, y miles de peces y pájaros que yo no sabría nombrar, y miradas indias y andaluzas que siempre están en el aire. Por eso hay estaciones en sus letras. Hay primavera celeste y naranja, y verde y roja y azul; otoño vidalero de ocre, riguroso invierno. Es como si el cantor no tomara aire, sino paisaje. Por eso tienen las letras esa dimensión triple de palabra, música y sentimiento.
Ambos, cada uno en su camino, toman el atajo de mi cuerpo y me cruzan el pecho interesándome el corazón.
(Irene, julio de 2006 en La taberna del Buda)
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