martes, 4 de marzo de 2008
Las hormigas (CHAFA)
Hablando de hormigas, revisito y comparto con ustedes esta líneas que escribí un ya lejano cuatro de diciembre aquí en Lesetasuní. Se trata de unas hormigas amigas mías, en un verano a las orillas de mi adolescencia. Disculpen el abuso de confianza y la tropelía con su paciencia:
El cuatro de diciembre es el día de Santa Bárbara Doncella, librame del rayo y de la centella. En mis valles, infaliblemente, ese día solía llover como en la Biblia: una de nunca acabar y con su buena provisión de rayos y truenos por añadidura (nunca vi una centella). Cuando finalmente
escampaba, las hormigas de mi patio --yo no sé por qué-- salían de sus hormigueros en masa.
¡Ay las hormigas que, a veces, nos desgajan y comen los pétalos del corazón!
Yo las recuerdo en el patio de arcos y naranjos de mi infancia, animando las baldosas del caminito que se perdía cerca del jazminero, bajo la reja de la ventana del cuarto del tío Rómulo. Yo me pasaba horas, tirao de panza, viéndolas transcurrir como cuentas de un rosario infinito entre los tiestos de geranios y de albahacas; siempre atareadas y urgentes, iban cargadas de pétalos de azahares como si fueran barquitos a vela, o guerreros izando la bandera tornasol del ala de una mosca, o llevando a cuestas los restos de una abeja. Otras veces, me parecían un abecedario secreto de letras negras y pequeñas con el que yo escribía mis fantasías de niño en el cuaderno de mi corazón. Mi tío Pablo, por lo menos una vez al año, espolvoreaba un veneno de un hermoso color violeta en sus sendas y agujeros y ponía anillos de lana saturados de DDT alrededor de los troncos del limonero y los naranjos. Más que una práctica eficaz y letal, esta era una ceremonia inaugural que anunciaba la llegada de las lluvias y los ritos del verano, y las hormigas, como siempre y a pesar del veneno, se las arreglaban para desflorar las rosas de Castilla y desvirtuar la blancura de los jazmineros y los azahares. Al final, la única función del veneno era la de alejarme por unos días de las hormigas, obedeciendo la prevención de mi tío de que yo dejara el veneno en paz pues no fuera a ser que al tocarlo o respirarlo me trajera «una muerte lenta y dolorosa entre vómitos y convulsiones», como él aseguraba haberla presenciado en dos o tres ocasiones cuando trabajaba en el Chaco entre toboroches y matacos*, ocasiones que eran, por supuesto, no sólo remotas, sino absolutamente apócrifas como muchas de las anécdotas e incidentes que los grandes cuentan a los chicos.
No es raro que los changuitos anden más interesados en las hormigas que la gente mayor, no sólo porque los chicos tienen más imaginación, sino también porque los changos viven más cerca del suelo que los grandes, y el suelo es donde las hormigas ajetrean y se afanan la mayor parte de su vida. Cuestión de tamaño y distancia, ¿vio? Cortázar --el grande y noble cumpa Cortázar-- tiene un cuento sobre las hormigas y unos chicos que... bueh, en realidad no es sobre las hormigas; es sobre la ilusión del amor y la cruel realidad de hacerse hombre, ahí nomá, así, de golpe en el medio de la infancia y ¡ahí te quiero ver! Se llama Los venenos, en plural, aunque se trata de una fumigadora con un gas venenoso para matar hormigas; un formicida, que le dicen. Pero se llama Los venenos porque, además del de las hormigas, hay otro veneno que es la decepción amorosa que sufre un pibe cuando su vecinita, Lila, se enamora de otro chico canchero y porteño. Estas son penas y hormigas de Bánfield, no de la Capital Federal, y todo esto, transcurre en una quinta de Bánfield entre hormigas, jardines y la pluma de un pavo real... ¡flor de cuento!
Hay otras hormigas literarias y terribles, como las hormigas coloradas en batalla constante con Úrsula Iguarán que terminan con una dinastía cuando, al final de un siglo, se llevan al coliporcino Aureliano, el último de los Buendía: Y entonces vio al niño. Era un pellejo hinchado y reseco que todas las hormigas del mundo iban arrastrando trabajosamente hacia sus madrigueras por el sendero de piedras del jardín. Y las de La miel silvestre --cuento de Horacio Quiroga--, donde el pobre diablo Benincasa, en la selva de Misiones, descubre y come una miel silvestre que lo deja paralizado pero consciente, reclinado a un árbol, mientras las laboriosas hormigas de la corrección** le comen la vida pedacito a pedacito.
Volviendo a mis hormigas... una tarde de las frecuentes que yo andaba tirao de panza viéndolas atareadas y minuciosas (yo tendría once o doce años entonces) levanté la vista al cielo para ver si una nube de lluvia era la que me estaba tapando el sol, y me encontré con los ojos color de uva y las trenzas olor a río de una muchachita del Valle de La Concepción.
Ese verano, como todos los veranos, llegaron las lluvias, y me imagino --pero no estoy seguro-- que las hormigas de mi infancia siguieron su destino entre el veneno y los azahares de mi patio. De lo que sí estoy seguro es de que yo empecé a sentir un nuevo hormigueo, entre dulzón y
terrible, y bajo las glicinas y las madreselvas, con mi abecedario secreto, empecé a escribir nuevos mensajes en el cuaderno del corazón.
*mataco
1. adj. Se dice del individuo de un pueblo amerindio que habita en la región del Chaco. U. m. c. s. pl.
2. adj. Perteneciente o relativo a los matacos.
3. m. Lengua hablada por los matacos.
**corrección (Del lat. correctĭo, -ōnis).
1. f. Acción y efecto de corregir (ǁ enmendar lo errado).
2. f. Cualidad de correcto (ǁ libre de errores o defectos).
3. f. Cualidad de la persona de conducta irreprochable.
4. f. Reprensión o censura de un delito, de una falta o de un defecto.
5. f. Alteración o cambio que se hace en las obras escritas o de otro género, para quitarles defectos o errores, o para darles mayor perfección.
6. f. Ret. Figura que se usa cuando, después de dicha una palabra o cláusula, se dice otra para corregir lo precedente y explicar mejor el concepto.
7. f. Arg. Conjunto de hormigas carnívoras y terrícolas que se desplazan en densas columnas.
~ disciplinaria.
1. f. Castigo leve que el superior impone por faltas de algún subordinado.
~ fraterna, o ~ fraternal.
1. f. Reconvención con que privadamente se advierte y corrige al prójimo un defecto.
~ gregoriana.
1. f. La decretada en el calendario en 1582 por el Papa Gregorio XIII.
Nota bene: A pesar de haber preguntado a gente que debía saber, como mi amiga Nenucha, natural de Corrientes y vecina de Santa Fe, nadie me ha podido dar razón de por qué se llama la corrección a este ejército de hormigas. (Hugo Rodrigo Ruiz Ávila, "Chafallo", lo escribió la última vez el 12 de enero de 2007, en "La taberna del Buda").
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