lunes, 3 de marzo de 2008
Sause triste, seeeibo mío (IRENE)
La canción con que Chafallo y Enrique amenizaron ayer algunas conversaciones de la taberna se me ha hecho una rueda de la que no puedo salir: el final me lleva a su principio. Los que sean locos como yo para estas cosas me van a comprender, y no es difícil imaginarme si os cuento que crecí entre guitarras en las siestas y en las veladas y en las tardes de costura, mi casa repleta de hermanas mayores que cerraban los ojos cuando cantaban, y yo, mirándolas con sus ojos cerrados, les veía la mirada hundida en la letra y en el ritmo de cada canción. Los que sean locos como yo --digo-- que entren a oír y a escuchar «Agua y sol del Paraná»: ¿existe «hermanecer» para las canciones?, lo digo porque a mí me ha hermanecido esta. Por supuesto, ya la sé de memoria y sumo a las suyas mi voz, pero mi voz no es nada comparada con la pasión con la que me doy mientras canto.
Por eso ahora no soy capaz de distinguir si soy yo la que está hundida en estas voces o son las voces las que me envuelven y me nacen desde dentro. Falú socava la tierra: «la canoa lenta va hiriendo el pecho del río» y entonces estalla desde el socavón y al segundo siguiente está en el cielo: «sause triste, seeeeibo mío [...]». El ceibal sangrando sobre el verano, llorando seco y rojo; el aromo chorreando oro; el jacarandá azul, morado, enorme... no me extrañaría ver en sus pies a dos amantes enloquecidos: ¡tremendo ese árbol! Y esta canción no solo es una rueda o un poema: sus versos son una perfecta imagen con su descripción minuciosa.
Si doy otra vez las gracias, me quedo cortísima. Y también he de advertir que sé que no está bien hablar y atraer la atención así hacia uno, pero hubiera reventado si no me hubiera venido a esta taberna a contaros lo que se me está enraizando en el corazón desde ayer. Y ya para siempre el cielo azul del jacarandá, los ceibos y aromos, los sauces, la pampa amarga del mar, la sangre y el oro vegetales, el pecho herido del río, el pozo de Falú, los pajarillos de Ariel saltando su baile en el piano, Los Fronterizos con el molde de su voz del pueblo, todo sembrado en mis venas me florecerá en cualquier momento, cuando menos me lo espere, desde hoy hasta que me traguen la tierra y sus semillas. (Irene, 15 de noviembre de 2003, en "La taberna del Buda").
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