un cerro
pero encuentro el cielo
y nada más.
(Falú y Dávalos; La nostalgiosa)

Ahora, esto de no tener cerros no es una cosa nueva pa’ quien, como yo, vive en el Midwest de Lesetasuní por 35 años y durante 30 de esos 35 en Iowa* pero, en general y ya sea en Iowa o en Illinois, uno sabe que no es cosa de andar todos los días con la boca abierta y mirando el horizonte pues, entre otras diligencias y menesteres, uno tiene que trabajar pa' ganarse los fideos o el estofado de marras. Por otra parte, la ciudad y el Sheraton, los multiplexes y el Edificio del Hoden Comprehensive Oncology Center de los U of I Hospitals y los estacionamientos verticales, otras estructuras y afanes, no le dan a uno la oportunidad de percatarse de que uno, por acá, aunque vive rodeado de hormigón armado, asfalto y vidrio, también y ahí nomá cerca de “Pompeya y mas allá la inundación”, vive sin cerros centinelas o protectores. En todo caso, me dio no sé qué esta mañana, de pronto, darme cuenta de que estaba cósmicamente en pelotas y al borde irremediable de un horizonte de nunca acabar.

Bueh... eso es todo por el momento. Condiós y hasta más ver, aparceros. Y a aquellos que viven en las faldas de los cerros, ancestrales o no, les aconsejo aprecien la danza de las nubes, la recóndita intimada de los helechos y la oculta frescura de las vertientes, pues como decía don Ata (ya que empecé con un epígrafe de zambita vale la pena que la acabe con el colofón de otrita):
"Tú que puedes vuélveteme me dijo el río llorando, los cerros que tanto quieres, me dijo, allá te están esperando”.
(Chafallo, 1 de diciembre de 2005).
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