Acabo de enterarme de que el Juan Andrés, de 43 años de edad, fue diagnosticado con cáncer a los dos pulmones. ¡Joder!, deplorable... Su mujer buena, inteligente y bonita, sus dos nenas pequeñas, el sol en la ventana, en fin, la vida...
Yo siempre supe que estar seriamente enfermo es como estar jugando en orsai, como estar viviendo en borrador, es como no haber hecho los deberes. Es estar mirando la fiesta desde afuera, por la ventana u oliendo el asao desde el otro lao de la cerca. Y solo.
Una enfermedad seria, más que un estado, es un lugar físico y emocional, es un país sin compatriotas, una isla o una habitación pequeña donde uno, en última instancia, vive y muere solo e intocable. Los que lo quieren bien pueden venir a visitarlo, a rodearlo de ternura o esperanza, a tomarle la mano, a besarle la frente, a partirle el pan y el corazón y escanciarle el vino del optimismo o el agua de la amistad, pero siempre llega el momento, cientos de momentos son los que llegan, como alfileres o mordiscos, en que se acaba la visita, se levantan las anclas, la nave parte, caduca el pasaporte y los visitantes se vuelven a la maravillosa trivialidad de cada día, al "¡qué cara está la leche!", al "¿se casarán los primos en diciembre?", al viejo amante de otro tiempo, a pasar sin temor por el parque cercano al hospital, a no pensar en el hospital cercano al parque, a no notar el reflejo de la luna en la calle mojada o en los ojos de la bienamada, ¡a entrar sin terror al excusado!, a no evitar la brutal sinceridad de los espejos, en fin… a no notar lo mundano de sus cuerpos sanos y comunes, mientras anochece en la isla y la lluvia gris y callada vuelve a ese país de invierno. Es la hora de cerrar las ventanas, cuando se acaba la luz y se apagan la música y los pájaros, y uno se acuesta –aunque no quiera uno– no solo, sino con esa compañera de viaje que no fue ni bienvenida ni invitada, pegada a uno como su piel misma, como su alma, junto a uno, hasta que es parte de uno mismo en un abrazo eterno, húmedo, frío e ineludible, inextricablemente eterno hasta más allá de la muerte y de la nada.
¡Pucha que vida fulera! A carpir esos diems, aparceros, como se pueda y, si es posible, sin herir ni ofender a nadie, que ya bastantes son los slings and arrows of outrageous fortune, y gratuitos son los golpes en la vida, tan fuertes, yo no sé…
Y, a pesar de todo, buen finde.
El Chafa.
Felicidades y bézoz a tódoz en el día de de la Transfiguración de Nuestro Señor… Creo que fue Nuestro Señor el Transfigurado, pero yo podría estar equivocado. Hace tanto tiempo ya viviendo en país de bárbaros, que estas cosas se mezclan con el recuerdo del olor de la hora del almuerzo, mi madre volviendo de la iglesia y otras cosas gratas de esos tiempos…
Chau, hasta luego y reiterado buen finde.
(El Chafa, 6 de agosto de 2004)
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