___________________________________________________________ Canal CONCIERTOS Irene Fernández

Próximo concierto en vivo "online": Sábado, 31 de mayo de 2014, desde la Almazara de Paulenca (Guadix), 22:00 h (hora peninsular) __________________________________________________________
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domingo, 6 de abril de 2008

Por qué será que parece (IRENE)


Por qué será que parece
que voy donde va tu sombra,
que rama que el viento mece
florece cuando te nombra [...].

Por qué será que parece
que se ensanchan mis graneros,
que tu amor en mi alma crece
que hay más luz en mis senderos [...].



Encontré esto en Youtube, y a mí me parece una curiosidad. Quiero decir que no me esperaba a Eduardo Falú cantando con Alberto Cortez, y menos así, tan mano a mano. Agradecida estoy a este tal Ricardo Morino, que lo ha puesto a disposición de las casualidades para que una de ellas me encuentre a mí.

El Maestro siempre sorprende, y esta conjunción de los dos que cantan me sorprende muy gratamente. Valles y Portal, para mi gusto, pusieron una música preciosa a estos versos de Buenaventura Luna.

La interpretación de Falú y Cortez me gusta mucho también: dos timbres de voz de hombre cantándose tan cerca, en esa yunta de voces bien templadas para la siembra. Incluso en esa complicidad cuando el Maestro se equivoca en la letra y ambos se sonríen.

Por aquí la dejo y la difundo, por si también os sorprende y os gusta.





POR QUÉ SERÁ QUE PARECE (Canción)
(Buenaventura Luna; Óscar Valles y Fernando Portal)

Por qué será que parece
que voy donde va tu sombra,
que rama que el viento mece
florece cuando te nombra.
Rubia, dorada, que no morena;
lluvia bendita sobre mi pena.

Con esta luna que crece
nos vamos para la villa,
ya vamos llegando a trece
y tu amor fue la semilla.
Madre dorada de mis changuitos
tiernos, y como yo morenitos.

Calladita, chinitita,
alivio de toda pena;
madrecita rubiecita
mejor que la yerbabuena.

Por qué será que parece
que se ensanchan mis graneros,
que tu amor en mi alma crece,
que hay más luz en mis senderos.
Lluvia bendita sobre mi siembra,
rubia, bendita porque sos hembra.

Por qué será que parece
que nos mira todo Huaco,
también la majada crece
y está más viejo el huanaco.
¡Tierra… dichoso del que te siembra!
¡Sierra… bendita porque sos hembra!

Calladita, chinitita,
alivio de toda pena;
madrecita rubiecita
mejor que la yerbabuena.

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Astrolabio (CHAFA)


Astrolabio: El que agarra las estrellas.

Del latín medieval astrolabium, del griego astrolabion del griego astrolabos de astr/aster, astron = estrella - + lambanein, lazesthai asir, tomar, agarrar.

Y, aunque la segunda mitad de astrolabio viene de lambanein, me gusta porque la palabra parece dar a entender que es cosa de poner los labios junto a las estrellas, de besar a las estrellas; astros y labios. Además, un astrolabio siempre conjura imágenes de cartas desconocidas, de océanos ignotos y mares misteriosos, que en mi experiencia y como debe de ser, es por donde navega el corazón en busca de la esperanza. Por eso me gusta. Y por el hijo de Abelardo y Eloisa:

Eloísa (1101-1164), 22 años menor que Abelardo (1079-1142), era una muchachita excepcionalmente culta y educada, y el orgullo de su tío el canónigo Fulberto. Abelardo, atraído por la reputación de Eloísa, hizo uso de la suya que era bien conocida para persuadir al tío a que le permitiera dar lecciones privadas a la sobrina. Eloísa aprendió más que sus latines mientras perdía sus virtudes y el virgo con Abelardo (Intercambiamos más besos que proposiciones, mis manos se entretuvieron más a menudo en sus pechos que en nuestros libros. Estos besos y estos manoseos dieron su fruto, al que le pusieron el nombre de Astrolabio. A pesar de que Abelardo y Eloisa se casaron en secreto (y Eloísa de mala gana porque prefería más ser la amante que la esposa), Abelardo mandó a Eloisa a un convento en Argenteuil. El canónigo no vio estos manejos y manoseos con buenos ojos e hizo que sus jayanes y sirvientes, una noche, le cortaran las guayacas a Abelardo, operación que hicieron con prontitud y sin anestesia ni piedad. (Para leer la versión de Abelardo de estos eventos, los refiero a Historia calamitatum; "La histora de mis calamidades").

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Y aquí, el Arcipreste se va, no sin antes mandarle un beso a su doña Endrina, doquiera que sea el cielo en que ella esté brillando, que ella es una estrella donde el susodicho, temblando, pone sus labios.








(Chafallo, 13 de diciembre de 2003).

Me da una infancia increíble este rigor (IRENE)


Mi pueblo así, como un polvorón de la Señ'a Frasquita, no parece otra cosa que aquel sitio donde yo aprendí a montar en todos los vehículos con o sin motor, cambié los dientes y los cromos, y gané y perdí mil combas y amores. Al verlo sólo se me viene a la cabeza calzarme los guantes y montarme en las botas y buscar el mejor montón para preparar mi armamento y mis risas.

En la Plaza de las Palomas perdí un zarcillo y lloré y reí sobre mis patines. No había mejor agua ni mejor paciencia que la de Juan, el camarero del Casino, que jamás nos negó un trago, a pesar de que entrábamos vociferando y sobre ruedas. Sería, tal vez, porque les cedíamos el paso a los que entraban o salían porque eran personas mayores, gesto que ya no veo desde hace años.

Me da una infancia increíble este rigor. No teníamos a nadie en las carreteras para temer por sus vidas ante las inclemencias del temporal, o no éramos conscientes. Teníamos plazas y guantes, todos los bares abiertos para refugiarnos y una puntería envidiable. Teníamos fuerza en el brazo lanzador, y todos los amigos eran los enemigos perfectos. Las alianzas duraban lo que una bola de nieve en el aire, y el dolor de ser alcanzado pegaba, sobre todo, en el corazón.

Espero que os gusten las fotos, aunque, lejísimos ahora de mi infancia, de aquellas batallas y siendo otro el rigor, también espero que la nieve se derrita pronto, que tengo que usar la carretera, que ya no llevo guantes, y tampoco la fuerza es la misma en mi brazo lanzador.

(Irene, 30 de enero de 2007. No sé quién hizo estas fotos pero se lo agradezco).

Cómo harán los sordos... (CHAFA)

Hola, la tropa:

Cosa rara es, ésta de estar sordo.

Los grupos de gente –aparentemente silenciosos-- que uno ve en la puerta de la pizzería o a punto de entrar al cine parecen que estuvieran en un funeral o contemplando un accidente, o que estuvieran ahí reunidos para deplorar la muerte de un niño o escuchar las últimas noticias acerca de la salud del viejo dictador que, a pesar del invierno, no fenece; por otra parte, en el departamento, algo tan prosaico como el inodoro se convierte en un dispositivo de silenciosa eficiencia, y la radio en un artilugio sin utilidad. Por los caminos del parque los autos se deslizan tan suavemente como los cisnes por las ondas del lago, y los perros corren con el mismo silencio blanco con que cae la nieve. En general, habitar en esta sordera es vivir en un planeta triste y solitario en el invierno, debe de ser terrible y angustioso en el verano, sin pájaros ni chicharras invisibles que te canten y acompañen.

Lo que es curioso es que, aunque uno quiera, uno no se puede hacer el sordo, como uno se puede hacer el ciego cerrando o vedándose los ojos seriamente. Un juego terrible que yo de niño practicaba, era este de la ceguera; cerraba los ojos decisivamente, sin que nadie se percatara, y me quedaba ahí calladito entre la gente parlanchina y pos prandial; un elemento importante era llegar casi hasta la certeza de que, si uno abría los ojos, uno seguiría metido en esa oscuridad manchada de fosfenas para siempre. Eso era lo terrible y lo sublime del juego: aguantar hasta cuando más se pudiera. La espera, casi insoportable; el resultado, sublime; fiat lux y, de pronto, el brillo de la fuente de plata con higos sobre la mesa del comedor, más allá, la lucecita azul de la Telefunken, el exagerado dramatismo del cuadro de la Última Cena, la gata envuelta en el ovillo de su tibia siesta en el alféizar de la ventana.

Hacerse el sordo a voluntad no es fácil, con la excepción del que no quiere oír que, como sabemos proverbialmente, es el peor de los sordos, pero ésa es otra historia. Uno puede poner las palmas de las manos sobre las orejas y con los brazos abietos en jarra, apretarlas y tararear algo como la, la, la, la, la…¿quién le hace caso al burro picasooo…? o meterse algodones en los oídos (los que han dormido con roncadores saben cuán eficiente es esta medida), pero no es lo mismo. Y uno nunca parece ser o estar serio cuando se hace el sordo porque hacerse el sordo no parece ser un afán muy serio. Pero hoy, y desde hace días, a consecuencia de un resfrío y otros barullos, una infección a los oídos me tiene seria, total y dolorosamente sordo. Por eso.

Y buen finde pa todos a pesar de la “silenciosa claridad” que me rodea.

El Chafa, pensando en Goya y Beethoven, compadres (
9 de febrero de 2007).


¿Cómo harán los sordos pa' darse cuenta de que se les acabó el mate?
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El imperativo, rogad por él (IRENE-CHAFA)

Estaba viendo con un poco más de detenimiento ese artículo que he mandado a la taberna sobre los préstamos de pago en las bibliotecas. Otra de tantas cosas de este mundo que merecen observación y discusión. Pero me he percatado después de la última frase. Dice así: "Pasarlo a vuestras listas de correo para correr la voz. Por el placer de la lectura."

Bien. A lo que voy es al imperativo, que ya no está, que se está perdiendo. En Andalucía nos es bastante difícil pronunciarlo del todo: comed la fruta, apagadme la luz, pasadlo a vuestras listas de correo ... Esa "d" es jodidilla para los que hemos mamado las terminaciones abiertas, sin demasiada distinción entre unas y otras. Pero no pronunciamos lo mismo una "d" final que una "s" final. Es decir, no pronunciamos ninguna, pero hay una sutil diferencia en la abertura de nuestra boca. La "s" final es la que más nos hace abrirla aunque no emitamos ni un trozo de fleco de fonema de la ese de marras.

Sin embargo, hay una enorme diferencia entre una "s" o una "d" de final de sílaba y una "r" de final de sílaba. La "r" final sí la pronunciamos; levemente, pero la pronunciamos. En el peor de los casos, la sustituimos por una ele, como hacía a veces mi padre y siempre hacen mis tíos Pepe, Paco, Manuel... "niños, venih a comeL" (de paso, esa "h" de "venih" no es una ere sino una "d", como debe ser).

Pero esto ya sólo lo hacen mis tíos: incluso aquí, en esta tierra de pronunciación visionaria pero de estructura gramatical intachable, en esta tierra de la perfección escondida, tapada con jaleos y achalays, embrutecida a conciecia con vino y arado, oculta por pudor, en esta tierra lucidora de lo rudo el imperativo nos dice adiós desde un débil aliento que sale de las bocas de los menores de 50, justamente ahora que estamos dejando de ser la España profunda para ir viniéndonos abajo, justamente ahora que prosperamos, justamente ahora y a la vez, nuestro famoso lenguaje perfecto en su estructura se está yendo por la esquina del campo. Y no hay más imperativo, ni siquiera aquí, donde nunca cuajaron los laísmos ni los reflexivos extraños ("no irse", dicen en Sevilla), donde los sufijos atendían a sus merecidas variantes (no es lo mismo ser vergonzudo que vergonzoso, esta mañana lo discutía con mis compañeros de trabajo, en el desayuno), donde había tantas sutilezas como nuestro gallardo idioma nos permite, aquí se me ha muerto también el imperativo, como del rayo y Ramón Sijé. "Haced los deberes" ya no se oye, ahora se escucha "hacer los deberes", los propios maestros lo dicen así, en infinitivo al más puro estilo de doblaje far west.

Se nos ha muerto, rogad por él. Tal vez éste sea el único verbo en el que vive: paradójicamente, el verbo que anuncia en las esquelas que nosotros nos hemos muerto. Nos está esperando allí.

(Irene, 3 de octubre de 2007).


"LOS QUE QUIERAN PRENDANSE" (CHAFA)

Parte de esta agonía debe ser el hecho de que ustedes, los de la España profunda, usan el vosotros; pasadlo, escribid; prendeos. En América, aunque sí se lee (más que oírse) ese infinitivo (ej: "Favor escribir su nombre y apellido", detestable), es más frecuente "Pásenlo a sus amigos; escriban su nombre completo; los que quieran prendansen*; digan la verdad, etc.". Tanto, claro está, para ustedes formal como para ustedes informal, oséase vuestro vosotros.

* Este es un juego o era un juego de chicos donde, corriendo y tomados de la mano, los changuitos hacían una hilera o sarta e invitaban a más participantes cantando "los que quieran prendansen" y otros chicos se iban prendiendo y prendiendo hasta que había una docena o más en la hilera y el último era el que pagaba el pato o era el pato de la boda porque la hilera, corriendo, hacía una curva cerrada y el último, las más de las veces --por esa ley física que no me acuerdo cómo se llama-- salía disparado como un escupitajo y se depellejaba los rodillas y amolaba los codos y la dignidad. No recuerdo cuál era el objeto de este juego pero me imagino que sería el resistir el chicotazo y permanecer unido a la hilera de pie y más o menos y aparentemente incólume aunque fuera con el hombro luxado y candidato a la antiflogistina materna.

(Chafallo, 4 de octubre de 2007)


EL LÁTIGO (IRENE)


¡Ja!: ¡eso era el látigo! Yo era experta en ser la última. Como era la más chica, la más enclenque, la más endeble y la que menos pesaba, y además me daba igual, unas veces porque me gustaba que la pandilla se riera, otras porque era mi sitio adjudicado, yo siempre era la última, la que salía volando. La Mula era la primera, y después Fuensanta, Inés, Che, Nuria... diez o doce, efectivamente, Irene la última. Yo volaba en eso y cuando me peleaba con Javi el rubio, que era un mastodonte carne de reformatorio, rubio de bote pero rubio natural, cara cuadrada, cero en Geografía, cero en Matemáticas, cero en todo, brazos abiertos y puños siempre cerrados. Y a mí sabía cabrearme, me iba para él, a su pecho y su barriga a dar infructuosos puñetazos, y entonces era cuando volaba. Pero en el látigo era cuando más. Aprendí a caerme porque casi siempre me caía. Ya no me duele, y ahora lo recuerdo entre risas. Era eso, el látigo. Qué increíble, ¿cómo puede ser todo tan parecido?

(Irene, 4 de octubre de 2007)

El cielo y nada más (CHAFA)

Busco al fondo de la calle
un cerro
pero encuentro el cielo
y nada más.


(Falú y Dávalos; La nostalgiosa)



Esta mañana remoloneando un poco y otro poco preparando un estofado de esos que a veces tienen sabor a gloria y siempre alma de labrador, es decir de esos “que agarran” (lo estoy haciendo en el crock pot; cebollas, ajos, apio, un poco de sanagorias, unos porotos blancos, arvejas, carne de vaca en abundancia, una lata de tomates, un buen chorro de vino tinto, una hoja de laurel, pimienta, sal, en fin… the works) me demoré en salir pa'l laburo. La cosa es que cuando entré a la autopista ya estaba clareando el alba, y con el claror del alba y el espacio abierto de la carretera me di cuenta de que en el horizonte sólo se veían las ramas sin hojas de los árboles y, encima de las ramas, un cielo “que tenía el color rosado de la encía de los leopardos” (Borges dixit en Las ruinas circulares). Y después nada más o, más bien, el infinito; ni Cuesta ‘e Sama ni Loma de San Juan ni Cerro de San Bernardo y, de pronto, me dieron ganas de sujetarme en el asiento del coche pues sentí que, si no me cuidaba, me iba a caer al cielo, al vacío, al éter y, al final, a la nada.

Ahora, esto de no tener cerros no es una cosa nueva pa’ quien, como yo, vive en el Midwest de Lesetasuní por 35 años y durante 30 de esos 35 en Iowa* pero, en general y ya sea en Iowa o en Illinois, uno sabe que no es cosa de andar todos los días con la boca abierta y mirando el horizonte pues, entre otras diligencias y menesteres, uno tiene que trabajar pa' ganarse los fideos o el estofado de marras. Por otra parte, la ciudad y el Sheraton, los multiplexes y el Edificio del Hoden Comprehensive Oncology Center de los U of I Hospitals y los estacionamientos verticales, otras estructuras y afanes, no le dan a uno la oportunidad de percatarse de que uno, por acá, aunque vive rodeado de hormigón armado, asfalto y vidrio, también y ahí nomá cerca de “Pompeya y mas allá la inundación”, vive sin cerros centinelas o protectores. En todo caso, me dio no sé qué esta mañana, de pronto, darme cuenta de que estaba cósmicamente en pelotas y al borde irremediable de un horizonte de nunca acabar.

Hablando de decires de Borges, Georgie, en una de sus conferencias por acá en la Universidad, allá por el año 84 u 85, dijo que el paisaje de Iowa le recordaba mucho al de la Argentina. No sé dónde andaría Borges por Iowa ni dónde fue que sus pupilas reflejaron el paisaje argentino, pero yo --que conozco los dos de memoria y corazón-- no estoy de acuerdo para nada. A lo mejor Borges lo dijo de chupamedias nomá, o a lo mejor se confundió con el paisaje del estado de Kansas, que por sus trigales, a veces y por tramos, y si uno le pone voluntad y añade los ombuses omnipresentes y los chajases eventuales del Sur (ombúes y chajáes pa' los exquisitos), se parece un poco a la provincia de Buenos Aires y sus alrededores.

Bueh... eso es todo por el momento. Condiós y hasta más ver, aparceros. Y a aquellos que viven en las faldas de los cerros, ancestrales o no, les aconsejo aprecien la danza de las nubes, la recóndita intimada de los helechos y la oculta frescura de las vertientes, pues como decía don Ata (ya que empecé con un epígrafe de zambita vale la pena que la acabe con el colofón de otrita):



"Tú que puedes vuélveteme me dijo el río llorando, los cerros que tanto quieres, me dijo, allá te están esperando”.

(Chafallo, 1 de diciembre de 2005).

El jazmín (CHAFA)


¡Azahar de blanco jazmín
que aromas el patio del viejo jardín;
un beso de luna me espera en los valles:
mi rancho, mi madre, todo mi sentir!


(Volveré; El Chango Rodríguez)


Patio, cielo encauzado.
El patio es el declive por el cual se derrama el cielo en la casa.
Serena,
la eternidad espera en la encrucijada de estrellas.
Grato es vivir en la amistad oscura
de un zaguán, de una parra y de un aljibe.

(Un patio; J.L. Borges)



¡Qué lindo Zena, qué lindo!


El jazmín chino que en mi casa también se llamaba jazmín de arroz, se derramaba desde la galería del segundo piso y, como traje de novia con amatistas de abejas y lapislázuli de libélulas, caía perfumando la tarde por la esquina sudoeste de mi patio. A su lado había un árbol de jazmín paraguayo con dos loros barranqueros y guarangos y, un poquito mas allá, trepando cerca de la reja de mi ventana hacia el cielo, triunfaba como una princesa la glicina color cielo. Había limoneros y naranjos rodeados por arcos enjalbegados a cuyas columnas se abrazaban, lujuriantes y sensuales, los locotos y, ¡Ave María Purísima... qué de macetas con geranios, qué de albahacas!..., ¡si parece mentira haber aprendido a andar y haber crecido entre tanta maravilla!, de verdad, ahora me parece increíble. Si algo de bueno y noble hay en mí, me viene en gran parte del patio de mis años mozos, y sus días de vino y rosas... Gracias, Zenísima, por los jazmines y las memorias.

(Chafallo, martes, 17 de mayo de 2005).

[Creo que el que canta se llama Pedro Saavedra]



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