___________________________________________________________ Canal CONCIERTOS Irene Fernández

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lunes, 10 de marzo de 2008

Recuerdos de todos (IRENE)


Será porque en estas fechas me da por mirar mensajes de entonces, fotos de antes, las cosas que surgieron (bah... en todas las estas fechas me da por mirar mensajes de antes, y es que yo vivo mucho del pasado; es cierto: a veces mi presente es un intento de recreación del pasado, bueh, decía)... la taberna me va saliendo por los ojos. Hoy he ido con mis compañeros a comer, como siempre que me quedo aquí a comer, pero esta vez he ido sola. No sé... de esas veces, ¿no? Uno atiende de soslayo su entorno inmediato y observa con más detenimiento el alrededor ligeramente más lejano, ese tumulto de mesas y gente en la barra, ese entrar y salir, y buscarse los ojos y los cuerpos...

Estaba el Picotto ahí, con su camisa aeronáutica y de perfil en la barra charlando a sonrisas y a explicaciones de manos con una morena de bata blanca y caderas brillantes. Y había en una mesa algo lejana una mujer de algún lugar; no era de España pero tenía que hablar español de lengua madre, una mujer que era Andrea. La observaba mover los labios, y a saber cuál era su acento, pero en mi cabeza el dibujo de esos labios sonaba argentino. El Chafa, en la mesa de al lado, era un muy bien atendido forense de cátedra, con bata blanca y barba a lo Valle-Inclán. Siempre asiente y sonríe ese hombre que habla a menudo y que a menudo está entre mujeres más o menos jóvenes, seguro aprendices de Dios sabe qué sabidurías de ojos brillantes y explicación minuciosa y entusiasta que, además de envidia, dan muestras de estar a placer.

Una chica relimpia, de cara despejada y tersa, miraba con atención a dos interlocutores. Los tres estaban en la mesa del otro lado. La llamaban Zena y le pedían opinión, luego sonreían los tres y uno escribía un esquema en el mantel de papel, obviamente en un momento creativo del trío, evidentemente entusiasmado.

Por las escaleras del costado, un señor de pelo y bata blancos buscaba a quienes lo esperaban; en la mesa de atrás alguien anunció que le iba a hacer un gesto a Emili: "Estamos aquí", pude oír en un grito susurrado. Una carcajada me despistó de mi última escena de cine; miré de reojo y pude ver a Dani, un chico de porte atlético, pestañas enormes y cuerpo de montador de fábrica; blandía unos hoyuelos deliciosos que tildaban su risa de ternura y fortaleza.

Hacía mucho tiempo que no veía a Leandro, que entró con prisa y terminando una conversación telefónica que el ruido del bar clausuraba. Una mochila a medio poner le daba ese aspecto siempre universitario. Se dirigió a la esquina más concurrida y querida de la barra (todas las barras tienen un lugar especial; es ese escaso metro elegido adonde acuden desde dentro los camareros a reír y también beber cuando nadie los reclama). Brindaba el grupo en alguna celebración y a él lo recibieron con evidente alegría de brazos abiertos.

Dos mujeres acompañaban a Stella y se dejaban servir un buen plato de cocido granadino. Por los gestos hablaban de la buena hechura, del olor. Ella hizo un gesto de mano abierta sobre su plato atrayendo hacia su rostro el vapor caliente, como un director de orquesta cuando empieza un pasaje lento y pianísimo.

Alguien de antaño me llamó la atención desde el patio del bar. Giulia descansaba en uno de los bancos de hierro forjado, mirando los gorriones de la fuente, mirando a los "batas blancas" que cruzaban entre el jardín para almorzar y envuelta en un olor de naranjo y agua de fuente ligeramente tocados por el sol otoñal.

El Fulano charlaba en otra esquina con un conferenciante de visita. Carlos alemán le alcanzaba amigablemente el hombro con su mano. Ambos gesticulaban apoyando argumentos y estaban de acuerdo. Sus portes eran seguros y elegantes, y tenían buen apetito: los camareros los servían con alegría y no esquivaban la ocasión de pararse a conversar con ellos. ¿De qué hablarían Pepe y Paco con aquellos dos señores con pinta de catedráticos?, ¡qué ganas de oír esa conversación!
Había caras que podían ser perfectamente conocidas. Argentina Argelia andaba por ahí, con un refresco en la sonrisa; y Nora, y la otra Stella, y nuestra Lola castellana, y Ángel y Mirta y Erico y Pentti...

"Los portas que hemos llevado al laboratorio tenemos que registrarlos ahora a la vuelta". Esa frase me devuelve a mi mesa. De pronto miro a mi compañero, al que casi le doblo la edad, y lo oigo entre sonrisas: "Agüela, está usté hoy que no está". Me doy cuenta de que he comido sin darme cuenta. Mi plato está vacío y me noto frescura en los ojos. Porque las caras que veo a diario en ese lugar podrían ser perfectamente las vuestras. Todos os pareceis a la gente que está en mi mundo cotidiano. Si no sé vuestros rostros, lo que escribís os los va perfilando. Si hubiera tenido valor, habría sacado allí mismo mi cámara y os hubiera retratado a todos.

Un almuerzo riquísimo el de hoy.

Buen provecho.



(Irene, 26 de octubre de 2006 en La taberna del Buda)

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