___________________________________________________________ Canal CONCIERTOS Irene Fernández

Próximo concierto en vivo "online": Sábado, 31 de mayo de 2014, desde la Almazara de Paulenca (Guadix), 22:00 h (hora peninsular) __________________________________________________________
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Desde el satélite, ahora mismo:

domingo, 23 de marzo de 2008

Zamba, ya no me dejes (IRENE)





Zamba, ya no me dejes:
yo sin tu canto no vivo más.

La verdad es que hay cosas que no se pueden explicar: se cuentan y con eso tiene uno que andar andando. Yo no sé qué mecanismos determinan que uno genere una química específica que es la justa química que coincide con la que está generando en el mismo momento la gente que te ve cantar. Para mí es un misterio. Es un misterio porque no siempre ocurre, a pesar de que uno siempre se pone frente al escaso público con las mismas herramientas: músicos que tiran de su virtud más que de horas de ensayo, una voz, un poncho que adorna y abriga el alma y los recuerdos, un sombrero, los gestos, las manos y, por supuesto, las canciones. Pero todas esas herramientas, invariables, no conducen siempre a lo mismo.

Anoche acabé con un nudo en la garganta cuando empecé a cantar esos dos versos que no pude terminar, porque la voz se me fue subiendo a los ojos, y ahí se me hizo zumo de almíbar caliente que me cristalizó en la retina las caras de la gente. El público llevaba cantando conmigo tres canciones, las tres últimas. Atento, dispuesto, sonriente. Se les veía estar a cada uno consigo mismo, y conmigo a la vez, totalmente implicados.

Puede que el de anoche haya sido mi mejor concierto. Pequeñito, casi escondido en este rincón escondido del mundo.

Y luego la gente se te acerca. Hombres, mujeres. Te besan, te dicen "guapa", y te confiesan que creían haber perdido la capacidad de estremecerse. Gente con sus abulias y sus miserias, que no recuerdan cuándo fue la última vez que el vello se les fue con la luna. Y te dicen que hacía tiempo que no tenían sensaciones, que hacía tiempo que la música ya no les alteraba el alma, que lo han vivido todo... Y ahí estás tú, debajo de tu sombrero, intentando recuperarte de lo que brilla en tus ojos, oyendo que eres tú la que los ha devuelto por un momento a vivir intensamente.

Todo esto es un misterio; zamba, ya no me dejes.

(Irene, 23 de febrero de 2008)

martes, 18 de marzo de 2008

Semana Santa (CHAFA)

¡Cómo me gustaba la Semana Santa allá y entonces!…

El olor a bacalao con tomate y aceite de oliva, a chocolote con leche, y a naranjas dulces y maní tostao en el aire y, en el aire y el corazón, el color dorado de las tardes a punto de caerse en el otoño, el color violeta, profundo y lúgubre, de los paños que cubrían las imágenes de los santos de las iglesias y las casas, y el sonido indescriptible de las matracas volando con pesadas alas de aldabas y madera sobre las aladrillada tibieza de las tejas de mis techos viejos. La casa se hacía más íntima y la familia más unida entonces, alrededor de la abundante y paradójica abstinencia de las comidas de Cuaresma. En la Semana Santa recuerdo más las lágrimas de la Dolorosa en la procesión de las nueve de la noche del Viernes Santo que la promesa de las rosas pascuas y los arcos de flores de la madrugada del Domingo de Resurrección. ¡Joder, cómo extraño a Dios y a mi Ángel de la Guarda en estos días!! (Chafa, 17 de marzo de 2008, en La taberna del Buda).

jueves, 13 de marzo de 2008

Remembranzas (CHAFA)


Yo estaba sentao con el codo en la ventanilla, cerca de un sándwich de jamón con queso y al lao de la Lorena Bernardo, piernas largas, pelo largo, cintura angosta y voz de grillo, que olía a paraíso y a jazmín. Creo que el Coco Lucero, sé que el Zarco Molina y no sé quién más, estaban en el asiento frente a nosotros. Ahí nomá el Zarco desenfundó su guitarra y se puso a cantar Angélica. Ésa fue la primera vez que la escuché, de verdad, mientras nuestro tren pasaba resollando por Tilcara o Maimará recién llovidas hacia el Sur, hacia el otoño y hacia la incertidumbre de estudiante pobre. De eso hace más de cien años de soledad y veinte mil leguas de viaje submarino, pero cada vez que escucho Angélica (frecuentemente) me acuerdo de los cerros de la Quebrada pasando por mi ventanilla y el olor a lluvia de la tierra y el olor a jazmín del pelo de la Lorena, mis brazos fueron tu nido; tu velo, la luz de la luna entre los álamos.

Verano al atardecer, olor a asao, algarabía de voces y tintineo de vasos, conversación de primas y bordonas alrededor y, al fondo, más allá de la galería de arcos y en la penumbra, el rosedal de la quinta del Nano a punto de encenderse en luciérnagas. Eso es Calle angosta pa' mí. No sé, no creo o, mejor dicho, sé que ésa no era la primera vez que la escuchaba pero eso es Calle angosta pa' mí. Es el cumpleaños de la Manuelita, hermana del Nano, celebrando sus dieciséis metida en un traje de raso rosao y en su inseparable silla de ruedas, y cantores de aquel entonces, ahí, en rueda se juntaban y en homenaje de criollos siempre lo nuestro cantaban… (El Chafa, 27 de octubre de 2006).

lunes, 10 de marzo de 2008

Recuerdos de todos (IRENE)


Será porque en estas fechas me da por mirar mensajes de entonces, fotos de antes, las cosas que surgieron (bah... en todas las estas fechas me da por mirar mensajes de antes, y es que yo vivo mucho del pasado; es cierto: a veces mi presente es un intento de recreación del pasado, bueh, decía)... la taberna me va saliendo por los ojos. Hoy he ido con mis compañeros a comer, como siempre que me quedo aquí a comer, pero esta vez he ido sola. No sé... de esas veces, ¿no? Uno atiende de soslayo su entorno inmediato y observa con más detenimiento el alrededor ligeramente más lejano, ese tumulto de mesas y gente en la barra, ese entrar y salir, y buscarse los ojos y los cuerpos...

Estaba el Picotto ahí, con su camisa aeronáutica y de perfil en la barra charlando a sonrisas y a explicaciones de manos con una morena de bata blanca y caderas brillantes. Y había en una mesa algo lejana una mujer de algún lugar; no era de España pero tenía que hablar español de lengua madre, una mujer que era Andrea. La observaba mover los labios, y a saber cuál era su acento, pero en mi cabeza el dibujo de esos labios sonaba argentino. El Chafa, en la mesa de al lado, era un muy bien atendido forense de cátedra, con bata blanca y barba a lo Valle-Inclán. Siempre asiente y sonríe ese hombre que habla a menudo y que a menudo está entre mujeres más o menos jóvenes, seguro aprendices de Dios sabe qué sabidurías de ojos brillantes y explicación minuciosa y entusiasta que, además de envidia, dan muestras de estar a placer.

Una chica relimpia, de cara despejada y tersa, miraba con atención a dos interlocutores. Los tres estaban en la mesa del otro lado. La llamaban Zena y le pedían opinión, luego sonreían los tres y uno escribía un esquema en el mantel de papel, obviamente en un momento creativo del trío, evidentemente entusiasmado.

Por las escaleras del costado, un señor de pelo y bata blancos buscaba a quienes lo esperaban; en la mesa de atrás alguien anunció que le iba a hacer un gesto a Emili: "Estamos aquí", pude oír en un grito susurrado. Una carcajada me despistó de mi última escena de cine; miré de reojo y pude ver a Dani, un chico de porte atlético, pestañas enormes y cuerpo de montador de fábrica; blandía unos hoyuelos deliciosos que tildaban su risa de ternura y fortaleza.

Hacía mucho tiempo que no veía a Leandro, que entró con prisa y terminando una conversación telefónica que el ruido del bar clausuraba. Una mochila a medio poner le daba ese aspecto siempre universitario. Se dirigió a la esquina más concurrida y querida de la barra (todas las barras tienen un lugar especial; es ese escaso metro elegido adonde acuden desde dentro los camareros a reír y también beber cuando nadie los reclama). Brindaba el grupo en alguna celebración y a él lo recibieron con evidente alegría de brazos abiertos.

Dos mujeres acompañaban a Stella y se dejaban servir un buen plato de cocido granadino. Por los gestos hablaban de la buena hechura, del olor. Ella hizo un gesto de mano abierta sobre su plato atrayendo hacia su rostro el vapor caliente, como un director de orquesta cuando empieza un pasaje lento y pianísimo.

Alguien de antaño me llamó la atención desde el patio del bar. Giulia descansaba en uno de los bancos de hierro forjado, mirando los gorriones de la fuente, mirando a los "batas blancas" que cruzaban entre el jardín para almorzar y envuelta en un olor de naranjo y agua de fuente ligeramente tocados por el sol otoñal.

El Fulano charlaba en otra esquina con un conferenciante de visita. Carlos alemán le alcanzaba amigablemente el hombro con su mano. Ambos gesticulaban apoyando argumentos y estaban de acuerdo. Sus portes eran seguros y elegantes, y tenían buen apetito: los camareros los servían con alegría y no esquivaban la ocasión de pararse a conversar con ellos. ¿De qué hablarían Pepe y Paco con aquellos dos señores con pinta de catedráticos?, ¡qué ganas de oír esa conversación!
Había caras que podían ser perfectamente conocidas. Argentina Argelia andaba por ahí, con un refresco en la sonrisa; y Nora, y la otra Stella, y nuestra Lola castellana, y Ángel y Mirta y Erico y Pentti...

"Los portas que hemos llevado al laboratorio tenemos que registrarlos ahora a la vuelta". Esa frase me devuelve a mi mesa. De pronto miro a mi compañero, al que casi le doblo la edad, y lo oigo entre sonrisas: "Agüela, está usté hoy que no está". Me doy cuenta de que he comido sin darme cuenta. Mi plato está vacío y me noto frescura en los ojos. Porque las caras que veo a diario en ese lugar podrían ser perfectamente las vuestras. Todos os pareceis a la gente que está en mi mundo cotidiano. Si no sé vuestros rostros, lo que escribís os los va perfilando. Si hubiera tenido valor, habría sacado allí mismo mi cámara y os hubiera retratado a todos.

Un almuerzo riquísimo el de hoy.

Buen provecho.



(Irene, 26 de octubre de 2006 en La taberna del Buda)

Pregúntale a todo el mundo (IRENE)

Hay días felices, no sé... así de raros. A veces uno no sabe qué tiene el día, que te dan ganas --y a la vez alegría-- de irte a un bar a beberte unas miradas. Unas miradas lejanas que tú crees que se acercan, simplemente por esa invasión de alegría. Tal vez porque sabes que algunas cosas están en su sitio después de tu empeño, tu propósito y tus ganas. Y sabes que el mundo lo sabe, a juzgar por tu cara.

Es hoy, en medio de octubre, una plenitud de 15 de agosto. La plenitud de cuando la Virgen de las Trampas hace recuento en las cosechas y empareja igualas y salda deudas. Es ver los brotes de la siembra con la debilidad de su fortaleza a escasos milímetros de los apelmazados surcos; y es ver los serones con esa preñez de mañana segadora, a un lado y otro del mulo que sube desde la vega. Huele a frescor de olor verde con violeta de flor de alfalfa. Hay cosas en la vida... yo no sé...

La sensación de placer te invade. Miras atrás y casi no te lo puedes creer: tantas ganas, el dolor de cintura después de un día acompañando a cada semilla a su lugar dentro de la tierra, la incertidumbre de lo que será pasados los meses, el ansia por que brote un pequeño tallo verde transparente, y luego una hoja menor que una cerilla, insignificante... esa seguridad que da todo recién nacido, a pesar del quebradizo aspecto...

Hoy sabes, mientras caminas tu victoria con el placer del cansancio merecido, que estás donde querías; que has puesto a las puertas de tu casa el maíz al sol; que preñaste la tierra con el sudor de las pequeñas derrotas y el vigor de tu certeza; y ofreces tu parva con un contento de lágrimas, con las manos abiertas; y sabes que en sus grietas de labranza duermen otras cosechas. (Irene, 10 de octubre de 2006, en La taberna del Buda).

La diferencia (IRENE)


Desde que empecé a apreciar el folclore argentino, estoy buscando su similitud con mi flamenco andaluz. Ahora que ando más metida que nunca en el asunto y que lo veo desde más cerca, miro con otras herramientas.


Siempre he dicho que el folclore argentino y el sentir andaluz son hermanos, que debe de haber un nexo de unión, un vértice donde ambos empiecen y acaben. Pensaba en las metáforas, en las maneras de expresión, en que ambos son cante del pueblo, engendrados en él, y que en él y en la tierra se han hecho prósperos.

Hasta hoy no he encontrado la similitud, el nombre de aquello en que se parecen.

Pero hoy he encontrado la diferencia. Seguro que la encontré hace años, el mismo día que supe que ambas maneras de expresarse van de la mano. Hace años, decía, pero hoy he encontrado las palabras para decirlo. Yo creo que ambos, folclore argentino y flamenco (letras, sentimiento andaluz...) recorren el mismo camino pero en sentido diferente. Ambos son la visión completa que uno tiene cuando se desplaza a un lugar y vuelve. Si alguna vez tenéis la oportunidad de viajar en sentido contrario al de la marcha (yo le he hecho viajando atrás en 4x4), veréis cómo el paisaje que se os presenta es el del camino de vuelta, y no el de ida que lleváis. A mí siempre me resulta extraño viajar así, extraño pero agradable comprobar lo dicho: ver el camino que ves cuando vuelves.

El folclore argentino y el sentir andaluz tienen esa diferencia: ambos están en la misma carretera pero uno va en un sentido y otro en el contrario. Ambos recorren el mismo paisaje pero el orden de los elementos está al revés: donde uno ve un árbol a la entrada de un pueblo, el otro lo está viendo a la salida.

El flamenco recorre el camino desde dentro. Por eso hay sangre y rigor y hondura. Por eso es oscuro (por dentro somos oscuros, ¿no?). El sentir andaluz estalla porque sale. Lleva el aliento en el quejío, el sabor del azufre del desamor y el almíbar de los besos del amante. El cantaor canta miradas, canta heridas, canta gestos, y caracoles canta si ve a su novia cruzar la calle. Toma el aire de su sangre, nos muestra su paisaje y nos pierde en palabras, en música, en sentimiento.

El folclore argentino se clava porque entra. Argentina canta desde afuera, y por eso está el viento en sus letras, y hay rigor y ceibos, inundaciones y el Paraná, y jacarandás y aromos, y miles de peces y pájaros que yo no sabría nombrar, y miradas indias y andaluzas que siempre están en el aire. Por eso hay estaciones en sus letras. Hay primavera celeste y naranja, y verde y roja y azul; otoño vidalero de ocre, riguroso invierno. Es como si el cantor no tomara aire, sino paisaje. Por eso tienen las letras esa dimensión triple de palabra, música y sentimiento.

Ambos, cada uno en su camino, toman el atajo de mi cuerpo y me cruzan el pecho interesándome el corazón.

(Irene, julio de 2006 en La taberna del Buda)

Cum pane (CHAFA)


Este mensaje lo mandé un año pasado dondequiera que me encontraba entonces mandando mensajes. Desde entonces muchas cosas han pasado para mí, dos de ellas, las más relevantes de mi vida; de ésas que lo cambian a uno para siempre absoluta, profunda e irreversiblemente. La relevancia que estas líneas tenían entonces para mí también ha cambiado. Por lo que valga, las mando de nuevo. A los que las sufrieron antes, que me disculpen; a los otros gracias por su pacienia, y ¡salud!

¡¡¡...y sentir en el aire
aromas de albahaca pa'l carnaval!!!

Hoy es Jueves de Comadres y hace una semana fue el Jueves de Compadres en mi pago; por eso y porque estábamos hablando de cumpas, cumpays, compas y compañeros y porque más vale tarde que nunca, aquí va mi aporte a esto de los compadres: El compadre* (del latin con pater/patris) es un co-padre, un parentesco espiritual que surge a consecuencia de un bautismo o una confirmación: "El que faca un hijo de pila a otro o es padrino de Confirmación" (Covarrubias, Dicc. de autoridades). "Estos padres son compadres de los padres e las madres de aquellos que tuvieron cuando los confirmaron los Obispos; y por ello entre compadres, o Padrinos y ahijada es circunstancia gravissima y que muda especie, la culpa deshonesta". No sé con certeza que se quiere decir con esto de "que muda especie"; conjeturo que sería considerado como un "incesto espirtual". De modo que una forma de establecer compadrazgo o parentesco espiritual (y responsabilidad paternal hacia el ahijado o la ahijada en caso de orfandad o abandono) entre personas, es hacerlos padrinos o co-padres del bautizo o la confirmación. También (aquí sigo con Covarrubias) "llama así [compadre] en Andalucía y otras partes, la gente vulgar a sus amigos y suele ser modo de saludarle cuando se encuentran en los caminos o las posadas unos a otros". Pero Cervantes, que no era gente vulgar, lo usa: "Este libro, señor compadre, tiene autoridad por dos cosas: la una porque él por sí es muy bueno, y la otra, porque es fama que lo compuso un discreto rey de Portugal", dice el cura a Maese Nicolás; y Maese Nicolas: "No, señor compadre --replicó el barbero--; que éste que aquí tengo es el famoso 'Belianís'" (Quix. 6, I. "Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo"). Quevedo, que es más vulgar que Cervantes pero no menos ingenioso, escribe: "Hiciéronnos [unos pícaros] un gesto con la boca: y luego a mi amigo le dixeron: con voces mohínas, sisando [seseando] "seidor" [servidor] So compadre". (El buscón, 23).

En mi pago, que Dios me lo conserve gallardo y noble, hay otra forma que no produce ahijados pero que sí establece o confirma un alto grado de amistad. Es el jueves de compadres, que es el antepenúltimo jueves de las Carnestolendas y que parece que nos viene a nosotros, a través de las Españas, desde la Roma pagana donde había un Dies Iovis Bacchanalis quo symbola conferunt bellounes, o sea --liberalmente traducido-- el día de Júpiter (o jueves) de bacanales donde se juntan los monstruos (¿el vulgo?) a cambiar regalos y lisonjas. Y el jueves antes del carnaval es el jueves de comadres donde se retribuye con otro regalo lo que los elegidos candidatos del compadrazgo recibieron el dies Iovis bachannalis: tortas, albahacas, serpentinas, dulces. (Si una moza te elige el antepenúltimo jueves, tenés que retribuirle la torta o la prenda el jueves antecitos del carnaval o sease hoy día).

*Compañero no viene de compadre sino de compañía, vía "cum pane" que es compartir el pan. Siempre he pensado, y así lo he dicho en algunas oportunidades, que la palabra castellana "compañero" o "compañera" es hermosísima y no tiene igual. Además de su maravillosa etimología de comunión, de suyo poética y abrazadora, la palabra, generosamente, se extiende desde mi hermosa Cuba galante y asediada, hasta las telas de mi corazón; la usamos en nuestro idioma para expresar camaradería, ternura, amistad, y un destino o una cama o una pena o una dicha compartidos; qué lindo es decir "mire, ésta es mi compañera". Vale decir: ésta es mi mujer, mi patrona, mi señora, mi amiga, mi niña, mi dulcinea, mi hermana, mi comadre, mi amante, mi maestra, mi alumna, ¡y que sé yo que más! No es lo mismo companion en inglés, o copain en francés, o compagno en italiano, aunque vienen de la misma fuente.

De modo que si no tienen la dicha de tenerla (o tenerlo) a su lado sigan repitiéndose:

No tengo consuelo
cuando me desvelo
sin acariciar tu piel:
Volverás un día
compañera mía
¡sangre de mi corazón!

Tenquirme ahora porque no sólo de pan compartido vive el hombre.

(El Chafa, febrero de 2004)

Uagadugú (CHAFA)


Al mismo tiempo que quiero comprobar si mi e-mail o la Taberna o lo que sea funciona hoy, aprovecho la ocasión para expresar públicamente, y una vez más, mi frustración con el Manual de estilo de la lengua española de José Martínez de Souza. Es el libro mós entreverado –el único así de entreverao y con ese sistema --enrevesao-- que he visto en mi vida (y creedme, para bien o para mal, gran parte de mi vida y mis horas de ocio y trabajo las he pasado metido en estos libros de texto y referencia). Es casi imposible encontrar un dato en menos de cinco minutos. Esta mañana, por ejemplo, más por curiosidad que por necesidad, estaba buscando cómo deletrear el nombre de la capital de Burkina Faso en español, que es Ougadougo en inglés. Me costó muelas --de las que tengo una, máximo dos, que compartir-- encontrar finalmente que, según Martínez de Souza, se escribe Uagadugú. No sabía por dónde empezar mi busquéda en el manual de marras así que guiado por la lógica y confiado en el sentido común, me fui al Índice, quizás –pensé-- haya algo acerca de
Geografía de África o de capitales o qué sé yo… nada. Sólo encontré un titulito que decía Segunda parte: Diccionario de materias; Índice de materias Pág. 203. Me fui, pues, a la página 203 y encontré no un índice, válgame Dios, sino una lista enorme de materias. Una lista que empezaba en abreviaciones y pasando por todo lo creado por Dios Padre más el contenido y los seres del Arca de Noé sin otro orden ni lógica que la que nos depara el alafabeto, terminaba en zoónimos. No había números de página ni criterios de agrupación de materias por especie o fecha o color o ni nada. Sin rima ni razón como se dice en inglé (withouh rhyme nor reason) ni nada*, de modo que de puro tincazo e instinto nomá, tuve que pasar por Monjas y Música y Naves hasta llegar a Nombres, y allá, entre una tracalada de nombres finalmente encontré nombres geográficos, pero nada más: no número de página o entrada o nada, así que me fui a buscar nombres geográficos y finalmente llegué a nombres geográficos hojeando, fíjate vos, no por número de página ni nada, y allí una encontré una referencia que me dirigía a topónimos por supuesto, no número de página ni nada. De nuevo a hojear hacia topónimos y pasando por títulos, títulos de imprenta, tomos y topografía finalmente llegué a topónimos donde me entero de que, en un Cuadro t4 --nombres de sus capitales y sus gentilicios-- está Ugadugú como la capital de Burkina Faso. ¡La pemequelepé! Depués, en mi pequeño Larousse Ilustrado me tomó como quince segundos encontrar que se llama Ougadougo, lo mismo que en inglés. En situaciones como esta me entran unas ganas bárbaras de ahogar o quemar el libro de marras. No lo hago porque desde changuito tengo casi un innato e innatural respeto por los libros. Sin embargo no me negaría a darle una patada en el culo a José Martinez de Sousa. Con todo respeto, por supuesto.

Hasta mas ver
Chafallo Viralata






* Me recuerda a Borges, que en su El idioma analítico ed John Wilkes nos cuenta que:

...el doctor Franz Kuhn atribuye a cierta enciclopedia china que se titula Emporio celestial de conocimientos benévolos. En sus remotas páginas está escrito que los animales se dividen en:

a. pertenecientes al Emperador
b. embalsamados
c. amaestrados
d. lechones
e. sirenas
f. fabulosos
g.
perros sueltos
h. incluidos en esta clasificación
i. que se agitan como locos
j. innumerables
kl. dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello
l. etcétera
m. que acaban de romper el jarrón
n. que de lejos parecen moscas

(Chafa, mayo de 2006 en La taberna del Buda).


sábado, 8 de marzo de 2008

Wally (CHAFA)

acullico. (Del quechua akullikuy). 1. m. NO Arg., Bol. y Perú. Pequeña bola hecha con hojas de coca, que suele mezclarse con cenizas de quinua y papa hervida. Al mascarla se diluyen en la saliva los principios activos del estimulante.

Hola, la tropa:

Les endilgo esta modesta memoria de Wally a manera de acullico pues, aunque el DRAE no lo dice, al akullikuy allá por mis pagos también se lo usa para rumiar y meditar y pasar el tiempo, además de engañar al hambre, al cansancio, al abandono y a la soledad (que no son la misma cosa pero frecuentemente andan de la mano). La escribí ya hace tiempito, al final de un invierno largo (¿sería en mayo del 1999 ó 2000?) y aciago, lo que, en parte explica pero no justifica ni redime (¡cuitado de mí!) su desangelada sensiblería. Pero como es para pasar el tiempo y rumiar y charlar, aquí va "con verrugas y todo":

Nadie como Wally pa’ arreglar un cerrojo o desatrancar un inodoro. Con un cigarrillo perenne en la comisura de los labios (sumidos en busca de los dientes que ya no estaban ahí, me imagino) un overall de "denim" y la camisa de franela a cuadros, Wally enarbolaba y manejaba esa ventosa de goma con mango que aquí se llama plunger y que se usa en los inodoros, con la seguridad y la gracia de un maestro de esgrima (siempre me ha maravillado la eficacia de este artilugio; ¿cómo --digo yo-- una cosa tan simple, puede resolver un problema tan engorroso y delicado como el de un inodoro que no funca, convertido en una especie de pecera con sospechosos huéspedes nadando entre algas de papel higiénico?). Wally llevaba el resto de sus herramientas como si fueran pistolas, en un estuche o cartuchera sobre las caderas: un conjunto de destornilladores, llaves, alicates y martillos, que cascabeleaban al ritmo de su viejo paso de cowboy. Su compañero indispensable era Bo (apócope e hipocorístico de "Beauregard"), un perro lanudo y atorrante que cometía los tres pecados capitales de la pereza, la gula y la lujuria con entusiasmo y dedicación (practicaba los dos primeros constantemente, y el tercero, siempre que la ocasión le deparaba una inocente y descuidada pierna a su alcance) y la incompresible virtud de hacerse querer por todos los que se cruzaban en su sendero de perro. Bo no tenía ninguna gracia; no sabía (sospecho que sabía, pero no le daba la perruna y real gana de hacerlo) dar la mano, ni hacerse el muerto, ni pedir comida erguido en las patas traseras, ni nada de esas monadas que saben hacer los perros y que fascinan a las señoras gordas y a los niños. Era, eso sí, un pendenciero y un atorrante irremediable. La otra virtud de Bo, y creo que ésta era la que lo redimía en los ojos y el corazón de Wally, era su paciencia para escuchar a su amo. Bo tenía esa cualidad --muchas veces fingida en mis congéneres-- que se llama "prestar atención", y en él creo que era absolutamente sincera. Bo sabía escuchar. Bo se podía convertir en un momento, y de húmedo hocico a cola levemente meneada, en una oreja peluda y atenta. Y a Wally le gustaba hablar; mama mía, ¡cómo le gustaba hablar!... De modo que en Bo y Wally se encontraron, como dicen, el hambre y las ganas de comer.

Entre otros innumerables y diversos temas, Wally hablaba de su estadía en Cebú durante la Segunda Guerra Mundial y, más de una vez, bajo la atenta mirada de Bo, Wally sacaba del bolsillo trasero de su overall una billetera vieja para mostrarme la ajada foto de Aurora Carbonell, su noviecita filipina. Wally y Bo siempre andaban en afanes y faenas por el edificio de departamentos donde vivo; arreglando cerrojos, cepillando puertas que --hinchadas por el calor o deformadas por la humedad-- no se podían cerrar, reparando termostatos y, ¡oh maravilla!, desatrancando inodoros. Y fue Wally que, con la ayuda de una escalera, una ventana trasera y el apoyo moral de Bo, abrió las puertas de mi hogar cuando, una vez, yo regresé de las orillas del Misisipí después de tres días de jolgorio en un barco casino de esos que enarbolan chimeneas altas y llevan ruedas enormes a los costados, donde, entre otras cosas, yo perdí el control, una suma considerable de guita, la vergüenza y las llaves de mi departamento. El miércoles pasado por la mañana, cuando me fui a la universidad, dejé a Wally empeñado en no sé qué afanes en el techo del departamento de mi vecino. Cuando volví, por la tarde, me enteré de que Wally había alzao las pilchas y se había mandao a mudar a la otra vida a cepillar las puertas de San Pedro y a destrancar la perfumada mierda de los ángeles de los inodoros celestiales. Un súbito ataque al corazón había dejado a Bo sin compañero y a muchos de nosotros sin un amigo y un ameno contertulio (bueno, más que contertulios, nosotros, y aquí incluyo a Bo, éramos audiencia).

Bo ha desaparecido desde ayer. Ya no anda por aquí, y ya no anda, como lo vieron el jueves pasado, merodeando por la funeraria donde, en un ataúd cubierto con una bandera yanqui y vigilado por la sobria mirada de algunos enjutos veteranos de la Segunda, el cuerpo de Wally esperaba la misericordia del crematorio. Espero que Bo decida volver a la vecindad donde vivo para que yo pueda conversar con él y él hospedarse conmigo. Me lo imagino por esas calles de Dios pensando en Wally y buscando el paisaje de invierno que se fue con Wally, con esos enormes ojos marrones, con esa nariz húmeda y curiosa, con esa mirada que te hace sentir que no estás solo y que lo que decís es digno decirse y, mejor aún, digno de escucharse. Ese es el estilo de Bo...

Mirá lo que son las cosas; había empezao esta digresión en este fin de semana en que aquí se recuerda a los veteranos de guerra ("Memorial Day" es el lunes), con la intención de escribir alguito sobre Wally, pero acabé pensando y hablando de Beauregard. Será que Bo y yo somos compadres en la soledad. Será que los que nos quedamos atrapados en este inodoro gigante, en esta vida de perros --como Bo y yo-- somos menos afortunados que los que --como Wally-- se mandan a mudar a prados más verdes o a la negra e infinita nada que, al fin de cuentas, sale a ser la misma cosa.

Publicado en Punto ciego, Buenos Aires, mayo de 2001.

(El Chafa lo escribió por última vez el 22 de octubre de 2003 en "La taberna del Buda").

Habitar en dos idiomas (CHAFA)

Hola, la tropa:

Recibí esta cita de "Verba Volant", un grupo que manda cada día una cita célebre o memorable en varios idiomas:

Quotation of the day:

Author - Emile Cioran
French - On n'habite pas un pays, on habite une langue
Spanish - No habitamos en un país, habitamos en una lengua
lo que me tajo a la memoria algo que mandé hace tiempo a otra lista y que hoy lo revisito y, por lo que valga, se los impongo:


Habitar en dos idiomas
Escribo en dos idiomas porque vivo en dos idiomas; pienso, leo, trabajo y hago vida social en dos idiomas; crío a niños en dos idiomas, rezo en dos idiomas y cocino en dos idiomas. Cuando hago un rosbif cocino en inglés y cuando hago empanadas, pastel de choclo o porotos granados cocino en castellano. Amo y respiro en dos idiomas…

(Bárbara Mújica, Profesora de castellano en Georgetown University)



Yo también escribo en dos idiomas. Y pienso, leo y trabajo, e incluso hago vida social en dos idiomas. No tengo hijos, en parte por mi solterío agitanado y en parte por voluntad y en parte por otras circunstancias que no son volitivas y que no vienen al caso, pero, de tenerlos, los criaría en castellano y los bautizaría en castellano; en Diego y en Fernando, en Bernarda y en María, con una americana Amancaya por añadidura, para que –entre otras cosas— no se olviden de dónde vinieron y sepan adónde deberían ir.

Lo que si hago, siempre, es cocinar en castellano. Nunca he hecho un rosbif porque nunca lo he deseado ni me gusta; en mis 234 años en estos mis Estados Unidos y diversos, habré comido rosbif unas seis veces: todas ellas porque no tenía otra alternativa o por cortesía a mis anfitriones. Creo, además, que la gente que cocina en inglés toma leche a la hora de la cena o el almuerzo, los que cocinamos en castellano tomamos vino. Y creo que los que cocinamos en castellano usamos aceite de oliva la mayoría de las veces gracias a Dios y a su Madre Santísima. Y no es que no me guste el rosbif con espárragos, o el jamón con una rodaja de piña al lao, o el pastel de carne en compañía de pálidas arvejas recientemente liberadas de su oscuridad enlatada, no. Es que el cocinar para mí es, además de una necesidad, una especie de ceremonia eucarística; una consagración de mi América española y de mi España, con quienes comulgo a la hora de yantar. No lo hago muy bien, pero lo hago con voluntad, a veces con entusiasmo y siempre con nostalgia y cariño. Cocino en castellano y, si de mí depende como en castellano, con pan y vino. Sé que he amado dos veces y las dos veces lo hice en castellano; con boleros y zambas en castellano, con veinte poemas de amor y una canción desesperada, y con rimas de Bécquer. En Castellano. Y si volviera a amar amaría en castellano, aunque la amada fuera del Kazajstan o de Uganda (será que muchos tenemos la sospechosa ilusión de amar, en cada mujer que amamos, la imagen y el recuerdo de la "María" que, con Efrain, amamos por primera vez en el valle del Cauca y en las paginas de Jorge Isaacs). Y sé que si yo viera a la amada después de hacer el amor, durmiendo envuelta sólo en su piel y en la luz azulina del alba, no pensaría en ella como naked o nude sino como desnuda, en castellano. Es igual con las oraciones o las puteadas; no me imagino –ni nunca me oí— diciendo Our Father Who is in heaven… y, frecuentemente, sin siquiera pensarlo, me sorprendo por la noche, entre el último párrafo del libro y el dedo índice en el interruptor, repitiendo lo que me enseñó mi madre y aprendí casi simultáneamente con la facultad del habla:

Ángel de mi guarda
Dulce compañía
No me desampares
Ni de noche ni de día
No me dejes solo
que me perdería

y, a veces, a esa hora de la duermevela, escucho la delgada y joven voz de mamá en su

Aserrín, aserrán
Los maderos de San Juan
Piden queso les dan hueso
Piden pan y no les dan…

en castellano…

Y en castellano me mando unas puteadas bíblicas y en voz alta. Es visceral e inevitable y tiene la ventaja de que --en la mayoría de los casos— en este país, mi país, no las entienden en su gráfica verdad pero las comprenden en su intención por su onomatopeya y fonética coherencia. No es que me guste andar "deliberando groserías" como dirían –con otro significado— algunos mentecatos que se olvidaron del castellano o quieren hacerse los yanquis, no. No es eso. Lo que pasa es que para mí (dejo a los bilingüistas u otros eruditos las explicación científica de esta peculiaridad mía) las malas palabras, las buenas palabras, el amor, las penas, los números y las operaciones aritméticas –cosas que aprendí en la infancia, cosas que me enseñó mi madre y cosas que aprendí en la lleca, ya de maltoncito-- siempre han sido hechas y dichas en castellano y están –como mi idioma— pegadas al fondo de mi alma y bordadas en la telas de mi corazón.

Por eso me niego a dar respuesta siempre que me preguntan mis estudiantes –y me preguntan siempre— cómo se dice esta o aquella mala palabra o grosería en castellano. Me cohibiría un poco y me ruborizaría decir shit o fuck o whore en castellano enfrente de mis estudiantes y en pública audiencia. No así en inglés, como pueden leerlo. Sí; escribo en inglés. Y bien. Tan bien como puede hacerlo cualquier persona medianamente inteligente que ha vivido en este país por treinta y cinco años y que se dedica a la literatura y a las lenguas. Pero cuando escribo en castellano, pongo el alma en ello, y me siento cómodo y estoy en mi casa porque mi idioma es mi patria y mi casa; es mi puente y mi ventana, y es, además, mi identidad y mi facha, es decir mi fondo y mi forma. A lo mejor ésta es una deficiencia mía; pienso a veces en Jozef Conrad, extraordinario polaco que escribió en un inglés maravilloso unas novelas exuberantes y extraordinarias; pienso en Valdimir Nabokov o Jerzy Kosinsky; ruso el uno y el otro polaco como Conrad, y ambos dueños y maestros de un inglés impecable... Pero quizá Conrad, Nabokov y Kosisnky no querían recordar sus patrias o las recordaban con amargura, quizá querían dejar atrás todo tiempo pasado, no sé... ésta es sólo una conjetura. Para mí es lo contrario; yo quiero recuperar mi América y mi España y preservar mi infancia y mi identidad a través de mi idioma. Es a través de él y con él que yo habito las cosas elementales e importantes de la vida como son casa, comida y procreación. Es por eso que, además de cocinar, comer, rezar, restar, dividir y sumar, yo amo y multiplico en castellano. Y todavía no pierdo la esperanza o la "ansiedad de tenerte en mis brazos / musitando palabras de amor" en castellano. O, como dice el compañero Nicolás Guillén:


No en inglés,
No en señor,
Sino decirle compañero
Como se dice en español…


Bézoz a todoz, hoy, día de Santa Aurelia.

(El Chafa, 25 de septiembre de 2003)

El trompo de don Tiburcio (CHAFA)


De niño yo tuve la buena ventura de ver nacer un trompo del corazón de un naranjo...


Sin que nadie supiera quién lo ordenaba, y sin que a nadie le importara mucho, en las calles de mi barrio, alrededor de la fuente de la plaza y bajo la mirada de bronce de sus angelitos culones, en el atrio de la catedral y en los recreos de la escuela, todos nosotros aparecíamos un buen día de Dios con los mismos juegos y juguetes. Este inconsciente y colectivo convenio se llamaba, entre nosotros, "tiempo de...". Había tiempo de bolitas, tiempo de baleros, tiempo de runrunes, tiempo de billetes, tiempo de trompos... Algunos de estos "tiempos" --no muchos-- estaban pre ordenados, ahora me doy cuenta, por la voluntad del viento (tiempo de barriletes) o los designios del verano, cuando los molles se cargaban de racimos verdes como loros y suplían los proyectiles para el tiempo de cerbatanas. Pero los otros tiempos aparecían por sí solos y, si obedecían a un ciclo arcano o a la voluntad de los duendes, es un misterio que nunca he podido desentrañar.

Una vez, por ejemplo, una tía gorda y olorosa a jabón Palmolive me trajo de uno de sus frecuentes viajes a Tartagal una redecilla amarilla llena de bolitas multicolores y flamantes. Entusiasmado y optimista con mi regalo, yo traté de iniciar un "tiempo de bolitas" entre mis amigos y compañeros de escuela. La cosa no funcó, por supuesto; yo estaba --sin saberlo-- tratando de romper una de las reglas inescrutables que regían los tiempos, y estas reglas ordenaban ceremonias y rituales pertinentes. En el tiempo de barriletes, por ejemplo, la búsqueda y elección de las cañas más rectitas en el cañaveral de la banda del Guadalquivir, la elaboración del engrudo (ni muy espeso, ni muy chirle), la compra de papel de "seda" en la librería "Renacimiento" de don Cecilio Forti y del piolín en las tiendas de la recoba, etcétera, eran un introito necesario para la construcción y final elevación del barrilete en las alas del viento tibio del otoño.



El tiempo de trompos exigía otras demandas y --sobre todo-- la ineludible y habilidosa intervención de don Tiburcio, tornero viejo y desdentado que tenía su taller en la remota calle Ancha, no muy lejos del camal municipal.



El altar torno de don Tiburcio, demandaba ofrenda y sacrificio. La ofrenda: un tronco de buena madera (palosanto, naranjo, nogal) sin nudos, no muy grueso y rectito. El sacrificio: impulsar, por medio de una manija gastada y pulida por el tiempo, una rueda grande que, conectada a otra chiquita por una polea quejumbrosa, hacía girar y cantar al torno a unos tres metros de distancia. El aparato era fabuloso; parecía una enorme araña de madera montada en una bicicleta decimonónica: ruedas, poleas, rueditas, tientos, correas, pinzas, tenazas, ganchos, en fin... Pero don Tiburcio era un artesano magistral y un comerciante avezado. Los chicos que no queríamos o no podíamos comprar un trompo, le traíamos un tronco y, si la oferta pasaba el escrutinio y la bendición del maestro, vos te quedabas con un trompo y él con el resto de la madera que ocultaba en su corazón la promesa de dos o tres trompos más. Don Tiburcio los vendía literalmente calientes, recién nacidos del torno como el proverbial pan recién salido del horno. Y no era cosa de asumir que el negocio se iba a concertar y concretar en seguida, no: la calidad de la madera, la condición del tronco y la impredecible voluntad o el humor del maestro tenían mucho que ver con tu fortuna y con las posibilidades de participar en la creación y disfrutar la posesión de un trompo de don Tiburcio. Una vez (no quiero dar detalles del cómo, porque todavía me avergüenzo del crimen) me agencié un hermoso tronco de naranjo, suavito y sin nudos por ninguna parte y bueno pa' por lo menos tres trompos.

No tomó mucho tiempo pa' que don Tiburcio, con un cigarro anisao colgado de su boca desdentada, aprobara la ofrenda y, bajo la magia de sus manos y el sudor de mi frente, el olor del naranjo y su canción de madera herida se materializaron en un hermoso trompo. Ese tiempo de trompos fue para mí el mejor de todos, y creo que el más corto, casi efímero.


Otra cosa impredecible de "los tiempos" era que desaparecían --como habían llegado-- súbitamente, sin perceptible síntoma, y te abandonaban sin previo aviso; como el amor de juventud, má o meno. Una noche, sin embargo, con amarga dulzura percibí que ese tiempo de trompos no iba a amanecer con el sol del día siguiente. Se había acabado para siempre. Me di cuenta de ello, después de acostarme y apagar la luz, cuando, iluminado por la luna chapaca, vi mi trompo reclinado en mi mesita de noche, cónico y callado y con un clavito clavado en su centro como el corazón blanco de mi infancia. (El Chafa, publicado en noviembre de 1997 en http://www.puebloindio.org/el_Trompo.htm).

martes, 4 de marzo de 2008

La huarmillita (CHAFA)

LA HUARMILLITA - Bailecito
(Letra: Jaime Dávalos; Música: Eduardo Falú)





Dónde andará mi chura, por esa puna, sola, solita,
con la pollera al viento, tras la majada, carihuarmita.

Voy enterando el año, bajé al ingenio pa la cosecha,
ojalá no se canse, tanto aguaitarme hasta que vuelva.

Para que no la olvide
me dio su anillo de filigrana,
le dejé de recuerdo

mi poncho puyo sobre la cama.
Tra la la laira, la la la laira,
le dejé de recuerdo

mi poncho puyo sobre la cama.

Si me parece verla, cuando me duermo, pelando caña,
pegadita a mi sombra con su apariencia que me acompaña.

Ay, achalay mi chura, tan querendona, tan alhajita,
llevo en el pensamiento grabada a fuego su figurita.


Para que no la olvide
me dio su anillo de filigrana,
le dejé de recuerdo
mi poncho puyo sobre la cama.

Tra la la laira, la la la laira,
le dejé de recuerdo
mi poncho puyo sobre la cama.




Chura. Bonita, linda, agradable, simpatica y todos los motices correspondientes. En Tarija se usa muchísimoy la palabra se ha hecho casi emblematica pr allí

Carihuarmita. Dificil de traducir pero una bella combinación propia del quechua cari = hombre huarmi = mujer. Carihuarmi quiere decir algo así como esposa o consorte, mujer del hombre.

Voy enterando el año… Enterar por completar. En la zafra enterar un año es terminar la labor anual que es de temporada. Después de enterar el año se puede volver a la querencia por un tiempito.

Aguaitarme. Aguaitar, esperar;

aguaitar.(Del cat. guaita, vigía, centinela).
1. tr. Cuidar, guardar.
2. tr. Acechar, aguardar cautelosamente.
3. tr. Mirar, ver.
4. tr. Atisbar, espiar.
5. tr. Am. Aguardar, esperar.

MORF. conjug. c. bailar.

Puyo. Phullu (s.) Cobija, cobertor. Pelo, vello, plumón.
También se pronuncia pullu o pullo. Es quechua

Achalay. Expresion de alegria, gozo osorpresa. Es quechua

Alhaja. (Del ár. hisp. alḥáǧa, y este del ár. clás. ḥāǧah, cosa necesaria o valiosa).1. f. joya (‖ adorno).
2. f. Adorno o mueble precioso.
3. f. Cosa de mucho valor y estima.
4. f. coloq. Persona o animal de excelentes cualidades. U. m. en sent. irón.
5. f. ant. caudal (‖ hacienda).
6. adj. Bol. y Ec. Bonito, agradable.

buena ~.
1. f. irón. Persona pícara, viciosa, o astuta, avisada y traviesa.

(Chafa, 21 de febrero de 2008, en "La taberna del Buda")

¿Cómo las llamas? (CHAFA)


Cuidado con chiflarlas porque por ahí las apagás y las matas. Bueno, la llama arde y, en ciertas ocasiones, quema. Pero esto de la quemada no es una condición inherente para su existencia o vigencia; digo, una llama puede existir sin quemar (si uno no se mete a jugar con fuego o a fugar con juego y deja la llama tranquila, uno no se va a quemar y, lo que es más, uno no se va a mear en la cama por la noche porque --como todos lo saben-- los chicos que andan jugando con fuego y fósforos y velas, etcétera, se vuelven empedernidos y casi incurables meones nocturnos, enemigos de sábanas y colchones y frecuentes víctimas del escarnio y presas de la vergüenza pero no sin arder). El arder es otro cantar. El arder es una condición inherente de la llama, es decir, la cosa tiene que arder para ser llama; de otro modo puede ser brasa o rescoldo y todavía puede quemar pero no será llama, ni siquiera guanaco, ni chilango y mucho menos alpaca o vicuña...

Por su condición de calor, brillo y movimiento la llama tiene cierto prestigio metafórico. Por eso decimos flamante cuando una cosa es nuevita, es decir con brillos y destellos que nos recuerdan a una llama o sea llameante, flameante, flamante. Lo mismo cuando vemos la banderita de la patria flameando en el aire, es decir que se mueve como una llama y la condición de flamear le da dinamismo y vigor y calor y hasta contundencia bélica, ¿vio?


Ahora cuando una cosa es propensa a encenderse fácil y rápidamente decimos inflamable o sea que se va cubrir de llamas como paisaje altiplánico ipsofactamente sin mayor preámbulo o trámite (aquí, en los Estados Unidos, debido a las veleidades del inglés y a "la falta de inorancia" del respetable, el aviso de inflamable se tuvo que cambiar a flammable por eso del prefijo in, que sugería negación y dio lugar a interpretaciones como inencendible o inllameable, que era, porsupus, todo lo contrario a y de la intención cautelosa de la palabra de marras. Pero ese es otro cantar).

Eso de inflamar se refiere, en cristiano, más a cosas de la anatomía que a las cosas del corazón. Cuando uno dice que algo esta inflamado generalmente se refiere a un diente, un ojo u otra parte que se encuentra hinchadita y adolorida, y suele ser el efecto de una irritación o quizás una infección y a veces las cosas así inflamadas arden metafóricamente por estar, metafóricamente, enllamadas. El mataburros de la RAE concede a inflamar el otro significado de acalorar a la gente, apasionarla o enardecerla, pero como segunda y menos frecuente acepción. (Enardecer es una palabra apropiada y que a mí me gusta más que inflamar cuando se trata de cólera, erotismo, agresión, etcétera, digo, eso de apasionar a la gente o a los animales, ¿no?). Por ejemplo, un toro o una vaca enardecidos (mejor que apasionados o inflamados) andan mugiendo o bramando de necesidad o de esperanza cuando están en celo, porque los toros y las vacas mugen y braman; las ovejas, los becerros, los venados y otros mamíferos rumiantes balan, enardecidos o no. Los lobos aúllan y ululan mientras los leones y los tigres rugen, pero los gatos --como no son tigres ni leones-- sólo maúllan y ronronean; los leones y los tigres también ronronean pero no creo que maúllen. Los perros de pueblos y ciudades, atorrantes o decentes, que son primos de los lobos y los coyotes, aúllan pero también ladran como no lo hacen --según he oído decir-- los perros salvajes ni los coyotes ni los lobos. Las zorras tautean; sé que no ladran porque el ladrido o latido es solo un derecho y una obligación, como ya lo dije, de los perros domésticos. Los burros rebuznan o roznan mientras los caballos relinchan. A lo mejor las cebras relinchan o rebuznan, no lo sé, pero sí sé que los elefantes barritan, los jabalíes rebudian y el gamo gamitea.

Vaya uno a saber qué es lo que harán las llamas cuando se ven compelidas a expresar sus sentimientos en forma audible; presumo que balan como los venados o las ovejas o los carneros. A decir verdad, mínimo --casi irrelevante-- contacto he tenido yo con esos auquénidos. Ignoro cómo se llama la voz de los camellos, aunque estoy seguro de que su bramido o balido tiene un nombre y lo tuvo en sánscrito, arameo, hebreo, egipcio y otras lenguas milenarias extintas y semi vigentes o resucitadas. Lo que hace (o dice) la llama si hace algo, además de escupir, debe tener un nombre en quechua o aymara. O si no lo tiene, le podemos achuntar, por parentesco y afinidad, lo que se dice del camello. A lo mejor la llama bala como las ovejas porque, como las ovejas, se congrega en rebaños (o son recuas o tropillas o manadas). Esta pregunta me deja perplejo y sobre todo ano-nadado, que es lo que les pasa a los que juegan con llamas como ya lo dije ut supra, es decir, que andan mojando la cama con aguas menores. (El Chafa lo escribió por última vez el 26 de mayo de 2007, en "La taberna del Buda").

Las hormigas (CHAFA)


Hablando de hormigas, revisito y comparto con ustedes esta líneas que escribí un ya lejano cuatro de diciembre aquí en Lesetasuní. Se trata de unas hormigas amigas mías, en un verano a las orillas de mi adolescencia. Disculpen el abuso de confianza y la tropelía con su paciencia:

El cuatro de diciembre es el día de Santa Bárbara Doncella, librame del rayo y de la centella. En mis valles, infaliblemente, ese día solía llover como en la Biblia: una de nunca acabar y con su buena provisión de rayos y truenos por añadidura (nunca vi una centella). Cuando finalmente
escampaba, las hormigas de mi patio --yo no sé por qué-- salían de sus hormigueros en masa.

¡Ay las hormigas que, a veces, nos desgajan y comen los pétalos del corazón!

Yo las recuerdo en el patio de arcos y naranjos de mi infancia, animando las baldosas del caminito que se perdía cerca del jazminero, bajo la reja de la ventana del cuarto del tío Rómulo. Yo me pasaba horas, tirao de panza, viéndolas transcurrir como cuentas de un rosario infinito entre los tiestos de geranios y de albahacas; siempre atareadas y urgentes, iban cargadas de pétalos de azahares como si fueran barquitos a vela, o guerreros izando la bandera tornasol del ala de una mosca, o llevando a cuestas los restos de una abeja. Otras veces, me parecían un abecedario secreto de letras negras y pequeñas con el que yo escribía mis fantasías de niño en el cuaderno de mi corazón. Mi tío Pablo, por lo menos una vez al año, espolvoreaba un veneno de un hermoso color violeta en sus sendas y agujeros y ponía anillos de lana saturados de DDT alrededor de los troncos del limonero y los naranjos. Más que una práctica eficaz y letal, esta era una ceremonia inaugural que anunciaba la llegada de las lluvias y los ritos del verano, y las hormigas, como siempre y a pesar del veneno, se las arreglaban para desflorar las rosas de Castilla y desvirtuar la blancura de los jazmineros y los azahares. Al final, la única función del veneno era la de alejarme por unos días de las hormigas, obedeciendo la prevención de mi tío de que yo dejara el veneno en paz pues no fuera a ser que al tocarlo o respirarlo me trajera «una muerte lenta y dolorosa entre vómitos y convulsiones», como él aseguraba haberla presenciado en dos o tres ocasiones cuando trabajaba en el Chaco entre toboroches y matacos*, ocasiones que eran, por supuesto, no sólo remotas, sino absolutamente apócrifas como muchas de las anécdotas e incidentes que los grandes cuentan a los chicos.


No es raro que los changuitos anden más interesados en las hormigas que la gente mayor, no sólo porque los chicos tienen más imaginación, sino también porque los changos viven más cerca del suelo que los grandes, y el suelo es donde las hormigas ajetrean y se afanan la mayor parte de su vida. Cuestión de tamaño y distancia, ¿vio? Cortázar --el grande y noble cumpa Cortázar-- tiene un cuento sobre las hormigas y unos chicos que... bueh, en realidad no es sobre las hormigas; es sobre la ilusión del amor y la cruel realidad de hacerse hombre, ahí nomá, así, de golpe en el medio de la infancia y ¡ahí te quiero ver! Se llama Los venenos, en plural, aunque se trata de una fumigadora con un gas venenoso para matar hormigas; un formicida, que le dicen. Pero se llama Los venenos porque, además del de las hormigas, hay otro veneno que es la decepción amorosa que sufre un pibe cuando su vecinita, Lila, se enamora de otro chico canchero y porteño. Estas son penas y hormigas de Bánfield, no de la Capital Federal, y todo esto, transcurre en una quinta de Bánfield entre hormigas, jardines y la pluma de un pavo real... ¡flor de cuento!

Hay otras hormigas literarias y terribles, como las hormigas coloradas en batalla constante con Úrsula Iguarán que terminan con una dinastía cuando, al final de un siglo, se llevan al coliporcino Aureliano, el último de los Buendía: Y entonces vio al niño. Era un pellejo hinchado y reseco que todas las hormigas del mundo iban arrastrando trabajosamente hacia sus madrigueras por el sendero de piedras del jardín. Y las de La miel silvestre --cuento de Horacio Quiroga--, donde el pobre diablo Benincasa, en la selva de Misiones, descubre y come una miel silvestre que lo deja paralizado pero consciente, reclinado a un árbol, mientras las laboriosas hormigas de la corrección** le comen la vida pedacito a pedacito.

Volviendo a mis hormigas... una tarde de las frecuentes que yo andaba tirao de panza viéndolas atareadas y minuciosas (yo tendría once o doce años entonces) levanté la vista al cielo para ver si una nube de lluvia era la que me estaba tapando el sol, y me encontré con los ojos color de uva y las trenzas olor a río de una muchachita del Valle de La Concepción.

Ese verano, como todos los veranos, llegaron las lluvias, y me imagino --pero no estoy seguro-- que las hormigas de mi infancia siguieron su destino entre el veneno y los azahares de mi patio. De lo que sí estoy seguro es de que yo empecé a sentir un nuevo hormigueo, entre dulzón y
terrible, y bajo las glicinas y las madreselvas, con mi abecedario secreto, empecé a escribir nuevos mensajes en el cuaderno del corazón.



*mataco
1. adj. Se dice del individuo de un pueblo amerindio que habita en la región del Chaco. U. m. c. s. pl.
2. adj. Perteneciente o relativo a los matacos.
3. m. Lengua hablada por los matacos.

**corrección (Del lat. correctĭo, -ōnis).
1. f. Acción y efecto de corregir (ǁ enmendar lo errado).

2. f. Cualidad de correcto (ǁ libre de errores o defectos).
3. f. Cualidad de la persona de conducta irreprochable.
4. f. Reprensión o censura de un delito, de una falta o de un defecto.
5. f. Alteración o cambio que se hace en las obras escritas o de otro género, para quitarles defectos o errores, o para darles mayor perfección.
6. f. Ret. Figura que se usa cuando, después de dicha una palabra o cláusula, se dice otra para corregir lo precedente y explicar mejor el concepto.
7. f. Arg. Conjunto de hormigas carnívoras y terrícolas que se desplazan en densas columnas.
~ disciplinaria.
1. f. Castigo leve que el superior impone por faltas de algún subordinado.
~ fraterna, o ~ fraternal.
1. f. Reconvención con que privadamente se advierte y corrige al prójimo un defecto.
~ gregoriana.
1. f. La decretada en el calendario en 1582 por el Papa Gregorio XIII.


Nota bene: A pesar de haber preguntado a gente que debía saber, como mi amiga Nenucha, natural de Corrientes y vecina de Santa Fe, nadie me ha podido dar razón de por qué se llama la corrección a este ejército de hormigas. (Hugo Rodrigo Ruiz Ávila, "Chafallo", lo escribió la última vez el 12 de enero de 2007, en "La taberna del Buda").


lunes, 3 de marzo de 2008

Sause triste, seeeibo mío (IRENE)


La canción con que Chafallo y Enrique amenizaron ayer algunas conversaciones de la taberna se me ha hecho una rueda de la que no puedo salir: el final me lleva a su principio. Los que sean locos como yo para estas cosas me van a comprender, y no es difícil imaginarme si os cuento que crecí entre guitarras en las siestas y en las veladas y en las tardes de costura, mi casa repleta de hermanas mayores que cerraban los ojos cuando cantaban, y yo, mirándolas con sus ojos cerrados, les veía la mirada hundida en la letra y en el ritmo de cada canción. Los que sean locos como yo --digo-- que entren a oír y a escuchar «Agua y sol del Paraná»: ¿existe «hermanecer» para las canciones?, lo digo porque a mí me ha hermanecido esta. Por supuesto, ya la sé de memoria y sumo a las suyas mi voz, pero mi voz no es nada comparada con la pasión con la que me doy mientras canto.

Por eso ahora no soy capaz de distinguir si soy yo la que está hundida en estas voces o son las voces las que me envuelven y me nacen desde dentro. Falú socava la tierra: «la canoa lenta va hiriendo el pecho del río» y entonces estalla desde el socavón y al segundo siguiente está en el cielo: «sause triste, seeeeibo mío [...]». El ceibal sangrando sobre el verano, llorando seco y rojo; el aromo chorreando oro; el jacarandá azul, morado, enorme... no me extrañaría ver en sus pies a dos amantes enloquecidos: ¡tremendo ese árbol! Y esta canción no solo es una rueda o un poema: sus versos son una perfecta imagen con su descripción minuciosa.

Si doy otra vez las gracias, me quedo cortísima. Y también he de advertir que sé que no está bien hablar y atraer la atención así hacia uno, pero hubiera reventado si no me hubiera venido a esta taberna a contaros lo que se me está enraizando en el corazón desde ayer. Y ya para siempre el cielo azul del jacarandá, los ceibos y aromos, los sauces, la pampa amarga del mar, la sangre y el oro vegetales, el pecho herido del río, el pozo de Falú, los pajarillos de Ariel saltando su baile en el piano, Los Fronterizos con el molde de su voz del pueblo, todo sembrado en mis venas me florecerá en cualquier momento, cuando menos me lo espere, desde hoy hasta que me traguen la tierra y sus semillas. (Irene, 15 de noviembre de 2003, en "La taberna del Buda").

domingo, 2 de marzo de 2008

Besar la voz (IRENE)


Catamarca, tal vez años 70.

Cuatro hombres, tres guitarras, un bombo. Ropaje blanco y poncho sangre güemeña con franjas de luto.

Podría ponerle a Polo Román ropa de trabajo, un cinto de herramientas, y verlo casi al final de una escalera que se apoya en una fachada, mientras arregla conexiones en una caja de teléfonos. El tímido Ernesto Cabeza, aprendiz de escribiente, podría trabajar por unas horas a la semana en el Juzgado de 1ª Instancia e Instrucción de Guadix. Espigado, Pancho Figueroa, podría ser el maestro de un pueblo perdido en Jaén. Y Juan Carlos Saravia el patrón de un próspero establecimiento de electrodomésticos cuando empezaban a venderse por camiones los televisores a color y se instalaban antenas en los más insospechados tejados de las encaladas casas de los 37 pueblos que circundan el mío.

Así puedo verlos perfectamente, si les cambio las ropas. Pero están en medio de esa tierra seca, como veleros que surcaran los cerros. Madera de encordadas para flotar en la tierra, y velas de ropa blanca y roja para navegar.

Entonces cantan:

Cantá, changuito, cantá
con todita tu alma, con toda tu voz;
que el viento cumbreño se lleve mis coplas,
que sepa tu tierra que tiene un cantor;
que se vuelva zamba toda Catamarca
en cada latido de tu corazón.


Y salen uno a uno, como os los mando por aquí. Y cuando aparece Juan Carlos Saravia ("que el viento cumbreño se lleve mis coplas, / que sepa tu tierra que tiene un cantor"), con esa sonrisa plegada bajo los ojos y esa cara de comerciante... Yo... no sé... quiero besarle la voz, un timbre que no sé definir, tal vez porque es la voz de un hombre normal, como si el de Electrodomésticos Tauste se emponchara una zamba y de pronto así pudiera expresar --y a mí me llegara-- toda Catamarca, que tiene un cantor, y fuera capaz de estremecerme y de mostrarme un pueblo de carros destartalados, de hombres hechos de barro y tierra. Sería un hombre normal, insospechado, aparentemente nada virtuoso, con su papada de comerciante... Pero esa voz... Dios mío, esa voz... No es profunda, no es aguda, no es espectacular. ¿Qué pasa con esos hombres de timbres que no destacan y, sin embargo, cuando les sale el canto de sus caras
normales, bajo sus ojos diarios, comunes, llegan hasta los confines de mi paisaje interior? Me da el ansia de besarle la voz a Saravia. Que sepa tu tierra que tiene un cantor, pero que sepa su voz que tiene mi amor. Quizá porque en el beso podría pintarme con su timbre y hacerlo mío, apropiármelo, robarlo por un instante. Puede que lo notara tibio, si es que un sonido tiene temperatura o cualquier otra propiedad tangible. Siento un inquieto solaz. Una alegría de llanto.

Una placidez ansiosa. Quiero besar. (Irene, 14 de enero de 2006, en "La taberna del Buda").